8 de diciembre de 2014

Última Corona

Con dolor, me dijeron que en una pastilla cabría mi felicidad, nomás no le habían encontrado el nombre.
Del amarillo al blanco, un espumoso manjar líquido me mojó los labios con la promesa de no olvidarme jamás. Jamás.
Entonces le busuqué con Miriam, a ver qué salía.
Humo rosa sabor gelatina que me fue haciendo agujeritos —poco a poco— en el alma; me imagino que quería quedarse a vivir adentro de mí, o algo de eso. Como si de a de veras. Luego me fui a enterar que no fue sólo ella, que fueron también las semillas y sus brotes.
Nos encontramos por un accidente temporal: mi tiempo se había congelado en una foto pública y el de ella avanzaba impávido hacia el fuego del mañana que nunca llega. Que quien salta para sobrevivir a un incendio también muere.
Vulnerable como la piel ante un círculo de acero al rojo vivo, cedí de inmediato ante un cumplido con olor a gas. Un solo baile hubiera sido mejor que mil palabras, pues ni la lengua teníamos en común, pero la sangre llamaba desde lejos, como si fuéramos viejos conocidos revestidos en pieles mentirosas con aliento alcohólico; la suya acusaba culpa, mientras la mía la exigía a gritos.
Creo que dijo o que preguntó que si no me parecía que fuéramos demasiado rápido, y como lo dijo o lo preguntó demasiado rápido, rápido me le quité de encima y me salí a fumar un cigarro; estaba con ganas de placer. Sentí mis ganas de placer y sentí que ella no estaba más que con ganas de cambiar de apellido y renacer a través de uno de esos orgasmos que no llegan al corazón.
No más, pues, que regresé al cuarto después de prolongar la muerte chiquita unas quince bocanadas de aire envenenado y ella ya se bañaba en una regadera que asomaba su desnudez directo al cuarto; que por eso había elegido ese hotel.
Con la cadencia de un burro ciego, la acomodé en una cama que a ella le sobraba y a mí a penas me alcanzaba.
Y ahí nos llegó al corazón, o eso quise creer, porque, al final, se fue. Algo venía mal: la corona, la espina, las semillas.
Fueron los brotes:
En la búsqueda de su nombre me vi forzado a dejar de encontrarla.
Tiempo de florecer solo.