Había llegado a casa.
El protocolo de despedida dictamina que la conversación termina de una manera abruptamente sutil en el último tema tocado (la congestión automovilística que producen las manifestaciones, el resultado del último partido del América, lo difícil que está la situación del país) y que se paga lo que indique el taxímetro, redondeando siempre el monto a la siguiente unidad. Nos veíamos a los ojos a través de un espejo, colocado estratégicamente a un costado del espejo retrovisor, cuya función era mirar de cuando en cuando al pasaje del asiento de atrás.
Sus ojos, sin embargo, ofrecían algo más que un simple protocolo de despedida: no le interesaba el futbol, me había dicho minutos antes. El pago sería un pretexto, pues el intercambio de aquella noche se llevó a cabo en el plano de lo incomunicable, en el de las miradas que reflejan el momento exacto en el que dos fuerzas similares consiguen, por fin, hacer contacto para, quizás, nunca volverse a encontrar. De ahí la importancia de extender el intercambio más allá de los bips del taxímetro de un auto detenido.
Se orilló y puso las intermitentes.
Durante el trayecto le pregunté su opinión acerca de lo que ocurre después de la vida. "¿Después de la muerte?", me corrigió con precisión. Cuando alguien admite abiertamente no tener interés por el futbol, lo correcto es indagar lo que piensa sobre la muerte.
Me habló como sólo puede hablarse de lo que se conoce de primera mano; nadie se lo había dicho. "Del otro lado hay paz y el tiempo no existe. Es un lugar de pura tranquilidad. El cuerpo es sólo tu estuche, porque ahí la mente se expande y se convierte en lo que realmente es".
Me disponía a salir del taxi cuando, más allá del espejo, conseguimos reflejar la misma mirada. Me dijo que él ya había estado muerto, pero que su momento de eternidad todavía no había llegado, por lo que pudo (o fue obligado a) regresar.
Nos quedamos quince minutos (tiempo durante el que el tiempo dejó de transcurrir) a un costado del puente peatonal.
Vi en sus ojos el parpadeo de la edad. La posibilidad de crecer y conocer el dolor sin entregarse por completo a él. El encuentro de dos generaciones separadas por los años y unidas, por un momento, por la profundidad de lo que se nombra en silencio.
Antes de pagarle y salir, la noche nos envolvió en un aire de misticismo que se desvaneció en el momento en que cerré la puerta desde fuera.
Con el dedo índice, presionó un botón en su taxímetro, borró el monto acumulado durante nuestro viaje y arrancó.
30 de agosto de 2013
25 de agosto de 2013
Momentos de eternidad
Perseguirla disfrazado. Hecho de piel hecha de células hechas de átomos que son, en lo fundamental, espacio vacío.
Ante la imposibilidad de ver lo que hay delante, voltear para atrás y ver que el tiempo no se detiene. El momento que contiene todos los momentos.
Miedo a nacer.
Miedo envuelto de llanto que cambia de forma y parece alegría y enojo y tristeza. Miedo al paso del tiempo. Miedo a crecer.
A madurar.
Ir perdiendo sensibilidades juveniles para adquirir fortalezas adultas. Endurecer. Callos en las manos que ya no sienten todo lo que tocan.
Dificultad para ver de lejos y la subsecuente necesidad de recurrir a la memoria o a la imaginación para intentar conocer lo que hay más allá del alcance de la vista.
Un instante que es segundo y día y mes. Un solo momento disfrazado de varios con líneas dibujadas a mano por un reloj al que hay que ir cambiando de pilas y por la cuadrícula de un calendario que a veces empieza en lunes y a veces en domingo.
A vivir.
Un momento de suspensión y de suspenso entre el principio y el fin.
Viaje continuo alrededor del sol que quema cuando se levanta y congela cuando se esconde, pero que nunca se va.
A morir.
Parpadear por última vez y corroborar lo incomunicable: la vida es el recuerdo postrero, se le ve pasar y sólo cobra sentido justo antes de expirar.
A la eternidad.
Perseguirla ya desnudo. Hecho de tiempo hecho de una sucesión infinita de eventos que se condensan y estallan en un eterno momento final.
Ante la imposibilidad de ver lo que hay delante, voltear para atrás y ver que el tiempo no se detiene. El momento que contiene todos los momentos.
Miedo a nacer.
Miedo envuelto de llanto que cambia de forma y parece alegría y enojo y tristeza. Miedo al paso del tiempo. Miedo a crecer.
A madurar.
Ir perdiendo sensibilidades juveniles para adquirir fortalezas adultas. Endurecer. Callos en las manos que ya no sienten todo lo que tocan.
Dificultad para ver de lejos y la subsecuente necesidad de recurrir a la memoria o a la imaginación para intentar conocer lo que hay más allá del alcance de la vista.
Un instante que es segundo y día y mes. Un solo momento disfrazado de varios con líneas dibujadas a mano por un reloj al que hay que ir cambiando de pilas y por la cuadrícula de un calendario que a veces empieza en lunes y a veces en domingo.
A vivir.
Un momento de suspensión y de suspenso entre el principio y el fin.
Viaje continuo alrededor del sol que quema cuando se levanta y congela cuando se esconde, pero que nunca se va.
A morir.
Parpadear por última vez y corroborar lo incomunicable: la vida es el recuerdo postrero, se le ve pasar y sólo cobra sentido justo antes de expirar.
A la eternidad.
Perseguirla ya desnudo. Hecho de tiempo hecho de una sucesión infinita de eventos que se condensan y estallan en un eterno momento final.
20 de abril de 2013
Deja que sea sábado
Deja que sea sábado y que los impulsos más profundos que te llevan a moverte sin rumbo desaparezcan.
Deja que las velas que te impulsan bajen hasta el fondo de la verga que las sostiene para llegar a la correcta resolución de lo que es vivir sin un viento que les indique (caóticamente) a dónde han de guiar a los tripulantes del único barco que conocen.
Deja.
Deja. Deja con paciencia y déjalo y déjate. Deja que sea sábado y mira lo que quieras mirar sin hacer demasiadas preguntas. Que el miedo que te paraliza ya pronto se convertirá en amor.
Deja que las velas que te impulsan bajen hasta el fondo de la verga que las sostiene para llegar a la correcta resolución de lo que es vivir sin un viento que les indique (caóticamente) a dónde han de guiar a los tripulantes del único barco que conocen.
Deja.
Deja. Deja con paciencia y déjalo y déjate. Deja que sea sábado y mira lo que quieras mirar sin hacer demasiadas preguntas. Que el miedo que te paraliza ya pronto se convertirá en amor.
Poder del unvierso
Salta cuando lo que parece más conveniente es quedarse sentado. Baila, cuando, aparentemente, no hay música. Canta, cuando el ritmo se ha quedado quieto. Juega, cuando el tiempo de descanso parace haber llegado al final. Cuando no hay guía, camina. Cuando todo parece osucro, ilumina. Cuando todo pesa, flota.
Calla cuando todo, temporalmente, encuentra la paz.
Si todo se hace igual, delimita, y une cuando las diferencias no permiten avanzar.
Es lo que hace a tu corazón latir, es lo que te hace respirar.
Es miedo en la superficie y amor en la profundidad.
Algunos le llaman magia, otros le llaman energía. Muy pocos, sin embargo, se conforman reconociendo que sólo en silencio se puede nombrar.
Calla cuando todo, temporalmente, encuentra la paz.
Si todo se hace igual, delimita, y une cuando las diferencias no permiten avanzar.
Es lo que hace a tu corazón latir, es lo que te hace respirar.
Es miedo en la superficie y amor en la profundidad.
Algunos le llaman magia, otros le llaman energía. Muy pocos, sin embargo, se conforman reconociendo que sólo en silencio se puede nombrar.
17 de febrero de 2013
En el presente
Centrarse en el presente consiste en encontrar el equilibrio necesario para no irse de boca ni caer de espaldas. No irse de boca al enunciar lo inexistente, lo que no ha ocurrido; no caer de espaldas al recordar lo que se escapó, lo que nunca regresará.
Un ahora hecho de agua. Salada o dulce, pero en constante flujo. Un ahora impregnado de valor: el único momento certero que se puede experimentar, la única realidad posible.
Ahora.
Ahora, mientras lees, lector. Ahora, mientras haces, actor. Ahora, mientras piensas, pensador.
Ahora, mientras callas, valor.
Un ahora hecho de agua. Salada o dulce, pero en constante flujo. Un ahora impregnado de valor: el único momento certero que se puede experimentar, la única realidad posible.
Ahora.
Ahora, mientras lees, lector. Ahora, mientras haces, actor. Ahora, mientras piensas, pensador.
Ahora, mientras callas, valor.
Hermosa mediocridad
Naces del centro y al centro llegas, hermosa mediocridad.
La gente te teme, pues los de arriba te utilizan como el peor de los ejemplos, y hacen que los de abajo escuchen para que te quieran superar.
Pero es tu balance lo que te engrandece, hermosa mediocridad. Es tu templanza. Es tu mitad.
No temas, hermosa mediocridad, de nunca subir al cielo, de nunca bajar al abismo, de encontrar tu tranquilidad.
De no tocar más la luz, de no ver más la osucridad.
Existes para que los del medio nos demos cuenta de que no hay nada que temerte, de lo hermosa que es tu verdad.
La gente te teme, pues los de arriba te utilizan como el peor de los ejemplos, y hacen que los de abajo escuchen para que te quieran superar.
Pero es tu balance lo que te engrandece, hermosa mediocridad. Es tu templanza. Es tu mitad.
No temas, hermosa mediocridad, de nunca subir al cielo, de nunca bajar al abismo, de encontrar tu tranquilidad.
De no tocar más la luz, de no ver más la osucridad.
Existes para que los del medio nos demos cuenta de que no hay nada que temerte, de lo hermosa que es tu verdad.
18 de enero de 2013
Se viene y se va
Como el amor que crece al principio, como la voz dulce del inicio, como el primer sorbo de un mate: así se viene.
Se va como el amor que se apaga, se va con la voz amarga, se va como un frío trago final.
Como la marea que sube y luego baja. También como las olas del mar.
Como la voz que enunciaba palabras prolijas. Como su vínculo con el vocablo "vínculo" y como su distancia con la palabra "amar".
Como saciar la sed del principio, como terminar por emborracharse de más.
Se vino como lluvia que inhunda, se va como el agua de una seca ciudad.
Se viene casi desnuda, se recupera de una enfermedad.
Busca una perspectiva distinta. Se viste y se levanta. Quiere viajar.
Agua salada como al principio, Anita: así te viniste.
Agua salada, Analía, pues al final te vas.
Se va como el amor que se apaga, se va con la voz amarga, se va como un frío trago final.
Como la marea que sube y luego baja. También como las olas del mar.
Como la voz que enunciaba palabras prolijas. Como su vínculo con el vocablo "vínculo" y como su distancia con la palabra "amar".
Como saciar la sed del principio, como terminar por emborracharse de más.
Se vino como lluvia que inhunda, se va como el agua de una seca ciudad.
Se viene casi desnuda, se recupera de una enfermedad.
Busca una perspectiva distinta. Se viste y se levanta. Quiere viajar.
Agua salada como al principio, Anita: así te viniste.
Agua salada, Analía, pues al final te vas.
8 de noviembre de 2012
Alas rotas
Volando a media altura, un impacto imprevisto le fracturó las alas, de antes rotas.
Y como se había alejado bastante de su lugar de origen, no supo con exactitud en dónde fue que cayó. Yo la vi y decidi ayudarle hasta que recuperara el vuelo. A dónde iría después no lo podía saber.
¿Acaso se quedaría a mi lado?
Un Buen Aire decidiría.
Y como se había alejado bastante de su lugar de origen, no supo con exactitud en dónde fue que cayó. Yo la vi y decidi ayudarle hasta que recuperara el vuelo. A dónde iría después no lo podía saber.
¿Acaso se quedaría a mi lado?
Un Buen Aire decidiría.
4 de septiembre de 2012
Aire
Cuando lo que espero es caer, me sostiene ese aire que sostienes ser. Tal vez por eso dije lo que dije sin pensar en qué te haría pensar.
Desperté a su lado y esto fue lo que me ocurrió decir al decir "te amo"—probablemente sólo nombré una ocurrencia previa—.
Por octava o novena vez desperté junto a ti (quise perder la cuenta) y, acostumbrándome de a poco al sigiloso flujo que a veces se transforma en palabras, te lo dije para que nos quedáramos callados después: tú acostada y yo en otro lugar, cada quién pensando en lo que había hecho o dejado de hacer, en lo que había sentido o dejado de sentir.
No sé de dónde salió, quizás del humo verde de la noche anterior; había despertado apenas y todo se veía de un gris colorido. No esperé el momento justo que facilitara el intercambio, el equilibrio y la tranquilidad del aire que se va pero regresa, y es que no sé si lo justo exista en los momentos o si se trate de algo que se inventa una vez que el reloj ha dado suficientes vueltas.
Eso te dije, medio dormido junto a ti en la mañana de uno de esos días para vernos de lejos. Y no supe a dónde fue o a dónde llegó, pues pareció impactarse en contra de una superficie tiesa y absorbente que difíclmente dejaría salir algo.
Te dije que te amaba un día, hace poquito. Y como que algo escuché o como que algo quise escuchar, pero me salí antes del cuarto, apagué el despertador y acabó la prórroga del sueño dentro del cual te quise decir eso y mil cosas más, dejando así abierto el paso al silencio.
Más tarde volvió el aire de tu voz, que algo movió.
Algo me dijo. Me quedé pensando, antes de contestar, qué, con la intención de entender cómo funciona ese callado diálogo que ocurre entre nuestros cuerpos cuando se miran, se cuentan y se imaginan, cada uno a su manera, que se entienden.
Desperté a su lado y esto fue lo que me ocurrió decir al decir "te amo"—probablemente sólo nombré una ocurrencia previa—.
Por octava o novena vez desperté junto a ti (quise perder la cuenta) y, acostumbrándome de a poco al sigiloso flujo que a veces se transforma en palabras, te lo dije para que nos quedáramos callados después: tú acostada y yo en otro lugar, cada quién pensando en lo que había hecho o dejado de hacer, en lo que había sentido o dejado de sentir.
No sé de dónde salió, quizás del humo verde de la noche anterior; había despertado apenas y todo se veía de un gris colorido. No esperé el momento justo que facilitara el intercambio, el equilibrio y la tranquilidad del aire que se va pero regresa, y es que no sé si lo justo exista en los momentos o si se trate de algo que se inventa una vez que el reloj ha dado suficientes vueltas.
Eso te dije, medio dormido junto a ti en la mañana de uno de esos días para vernos de lejos. Y no supe a dónde fue o a dónde llegó, pues pareció impactarse en contra de una superficie tiesa y absorbente que difíclmente dejaría salir algo.
Te dije que te amaba un día, hace poquito. Y como que algo escuché o como que algo quise escuchar, pero me salí antes del cuarto, apagué el despertador y acabó la prórroga del sueño dentro del cual te quise decir eso y mil cosas más, dejando así abierto el paso al silencio.
Más tarde volvió el aire de tu voz, que algo movió.
Algo me dijo. Me quedé pensando, antes de contestar, qué, con la intención de entender cómo funciona ese callado diálogo que ocurre entre nuestros cuerpos cuando se miran, se cuentan y se imaginan, cada uno a su manera, que se entienden.
17 de junio de 2012
Baile
De aquí para allá. Moverse sólo lo necesario.
¿Qué hay en el espacio que sustituye los libros que no tienes? Hay belleza disfrazada de azar; un baile romántico, rítmico y cadencioso: perfecto en su imperfección. Algo nuevo que todavía temo conocer. Hay palabras que no hemos leído; palabras que, tal vez, no se han escrito todavía.
Primero ver de lejos para averiguar si sería posible entenderte y que me entendieras; acercarme. Después observar de cerca para atestiguar la posibilidad de evitarlo; seguir. Seguirte entonces con la mirada y con las manos para confirmar que nos habíamos entendido; tocarte.
No pasó mucho antes de que pudiera voltear hacia el estante en el que, supuse, encontraría una historia diferente, letras que permitieran encontrar un rumbo nuevo. Fue precisamente en su ausencia en donde encontré la respuesta. Me di cuenta de que esta vez el rumbo no estaba trazado: tendríamos que dibujarlo con las manos en el aire, al tiempo que las piernas se movieran siguiendo el ritmo de otra canción.
"Dibuja algo, lo que quieras", me dijiste en el aire. Podía ser un cuadrado, o un círculo, o cualquier cosa, pero pensaba sólo en mis piernas y en el contacto con las tuyas. Así dibujé una idea que todavía no sé cómo —ni si— he de tocar.
Ahora, una vez más, dormimos juntos por primera vez. Ahora, todavía, despertamos y nos vemos tímidamente a la cara. Esa es la historia que, hábilmente, hemos ido escribiendo. Es el espacio que llena lo que en los libros no encontré.
Es mover un pie y luego el otro, pero sin perder de vista las manos. Es bailar.
¿Qué hay en el espacio que sustituye los libros que no tienes? Hay belleza disfrazada de azar; un baile romántico, rítmico y cadencioso: perfecto en su imperfección. Algo nuevo que todavía temo conocer. Hay palabras que no hemos leído; palabras que, tal vez, no se han escrito todavía.
Primero ver de lejos para averiguar si sería posible entenderte y que me entendieras; acercarme. Después observar de cerca para atestiguar la posibilidad de evitarlo; seguir. Seguirte entonces con la mirada y con las manos para confirmar que nos habíamos entendido; tocarte.
No pasó mucho antes de que pudiera voltear hacia el estante en el que, supuse, encontraría una historia diferente, letras que permitieran encontrar un rumbo nuevo. Fue precisamente en su ausencia en donde encontré la respuesta. Me di cuenta de que esta vez el rumbo no estaba trazado: tendríamos que dibujarlo con las manos en el aire, al tiempo que las piernas se movieran siguiendo el ritmo de otra canción.
"Dibuja algo, lo que quieras", me dijiste en el aire. Podía ser un cuadrado, o un círculo, o cualquier cosa, pero pensaba sólo en mis piernas y en el contacto con las tuyas. Así dibujé una idea que todavía no sé cómo —ni si— he de tocar.
Ahora, una vez más, dormimos juntos por primera vez. Ahora, todavía, despertamos y nos vemos tímidamente a la cara. Esa es la historia que, hábilmente, hemos ido escribiendo. Es el espacio que llena lo que en los libros no encontré.
Es mover un pie y luego el otro, pero sin perder de vista las manos. Es bailar.
4 de junio de 2012
Arroz frito
¿Será raro que me sienta tan satisfecho de atreverme a hacer algo nuevo, aunque se trate de cocinar un montón de arroz?
Definitivamente, se siente distinto. No sólo hacer arroz frito; hacer cualquier cosa que permita navegar las aguas de la incertidumbre. Paso a paso, ingrediente a ingrediente, sabor a sabor. Es porque al final siempre hay que probar después. Y, aunque haya disfrutado el proceso mucho más que el resultado (no quedó tan bueno), veo el contenedor lleno de arroz lleno de horas llenas de entusiasmo.
Salí un lunes lluvioso para comprar en el súper todo lo que un video cualquiera me pidió que consiguiera. Entendí, a cada corte y a cada bocado, que la vida se trata de imitar el proceso de preparar, por primera vez, un arroz frito. Se trata de jugar con los ingredientes y mover la llama hasta que las cosas se puedan comer.
Qué más da si queda perfecto o no, si preparas tres quilos en vez de una porción individual. A fin de cuentas, la idea es preparar con las manos lo que te quieres llevar a la boca.
Definitivamente, se siente distinto. No sólo hacer arroz frito; hacer cualquier cosa que permita navegar las aguas de la incertidumbre. Paso a paso, ingrediente a ingrediente, sabor a sabor. Es porque al final siempre hay que probar después. Y, aunque haya disfrutado el proceso mucho más que el resultado (no quedó tan bueno), veo el contenedor lleno de arroz lleno de horas llenas de entusiasmo.
Salí un lunes lluvioso para comprar en el súper todo lo que un video cualquiera me pidió que consiguiera. Entendí, a cada corte y a cada bocado, que la vida se trata de imitar el proceso de preparar, por primera vez, un arroz frito. Se trata de jugar con los ingredientes y mover la llama hasta que las cosas se puedan comer.
Qué más da si queda perfecto o no, si preparas tres quilos en vez de una porción individual. A fin de cuentas, la idea es preparar con las manos lo que te quieres llevar a la boca.
4 de mayo de 2012
A veces te extraño, Cubana
Es poco lo que cabe cuando tú. Tú, que todo lo atraías, hasta mi verdad. Lo que era yo solo, lo que éramos juntos, lo que no pudimos ser. En ocasiones me acuerdo de ti.
En tu redondez metafórica y, sobre todo, práctica. En lo que absorbías, voraz. En tus ideas elocuentes, carentes de sentido sin alguien que se lo diera; a veces era yo. En tu voz y en lo que hacías con ella. En lo que hacías con la mía. A veces te extraño, Cubana.
Un salto y luego otro, incluso antes de terminar de dar el primero. A eso me recuerdas, al salto que se da en el aire esperando subir un poco más, olvidando la imposibilidad de impulsarse en el aire. Me recuerdas a lo que se quiere hacer mientras se hace algo más; a la fantasía de llegar a un lugar mientras se está en otro; a lo que se gana perdiendo. Me recuerdas, Cubana, a la locura que se consigue compartir. La nomenclatura de lo innombrable: un caso especial que no se repite. Eso, tal vez; me recuerdas a lo que no se repite.
¿Me recuerdas? Me pregunto a qué me refiero cuando digo que te extraño. Porque no te extraño a ti: extraño lo extraño. De tu sonrisa (pensaba apenas en ella, para encontrar algo imperfecto), de tu boca (por pensar en algo completo) de tus cejas (algo estético), de tus ojos (sabor miel), de tu risa (total, como el principio; condescendiente, como el final), de tu piel (a prueba de presión), de tus senos (compactos, simples y completos), de tus piernas (que, de a poco, subían poco para llegar a mucho), de los dedos de tus manos (como dedos de pies estirados), y de los dedos de tus pies (acuáticos). Me acuerdo de tu cuerpo, Cubana, del sentido que le daba a mis pensamientos desastrosos. Me acuerdo de tu desastre, Cubana, del sentido que le daba a mi cuerpo. Recuerdo lo que no debería recordar en un día que, a todas luces, habré de olvidar.
Porque, de vez en cuando, te recuerdo. Los momentos en que haces ruido y decido escucharlo. Las canciones que suenan duro haciendo a un lado el miedo. La verdad. Porque estás ya lejos. Vas ya formando parte del grupo de quienes algún día configuraron mi vida y que hoy se desvanecen.
Pero es que de pronto te veo. Sentada; inaccesible ante cualquier minucia. Parada; aguantando, estoica, alguna piedra insoportable. Pidiendo mucho, cediendo poco; dándolo todo con la vaga esperanza de que lo que algún día pudo regresar se quede guardado en algún lugar: un sueño. A veces sueño contigo, niña; sólo a veces. Solo.
Corre ahora. O navega. Vuela, si sabes. Nada, si puedes. Decide, canta, amplía, mueve, pregunta. Conoce, pero duda. Crea, pero corrige. Haz, pero cambia. Habla, pero guarda silencio primero. Termina de arreglar lo que no se puede: construye. Da pasos cortos: llega lejos. Fluye.
Salta, en el aire, después del salto. Haz algo extraño.
Extraño.
Porque a veces te extraño, Cubana.
En tu redondez metafórica y, sobre todo, práctica. En lo que absorbías, voraz. En tus ideas elocuentes, carentes de sentido sin alguien que se lo diera; a veces era yo. En tu voz y en lo que hacías con ella. En lo que hacías con la mía. A veces te extraño, Cubana.
Un salto y luego otro, incluso antes de terminar de dar el primero. A eso me recuerdas, al salto que se da en el aire esperando subir un poco más, olvidando la imposibilidad de impulsarse en el aire. Me recuerdas a lo que se quiere hacer mientras se hace algo más; a la fantasía de llegar a un lugar mientras se está en otro; a lo que se gana perdiendo. Me recuerdas, Cubana, a la locura que se consigue compartir. La nomenclatura de lo innombrable: un caso especial que no se repite. Eso, tal vez; me recuerdas a lo que no se repite.
¿Me recuerdas? Me pregunto a qué me refiero cuando digo que te extraño. Porque no te extraño a ti: extraño lo extraño. De tu sonrisa (pensaba apenas en ella, para encontrar algo imperfecto), de tu boca (por pensar en algo completo) de tus cejas (algo estético), de tus ojos (sabor miel), de tu risa (total, como el principio; condescendiente, como el final), de tu piel (a prueba de presión), de tus senos (compactos, simples y completos), de tus piernas (que, de a poco, subían poco para llegar a mucho), de los dedos de tus manos (como dedos de pies estirados), y de los dedos de tus pies (acuáticos). Me acuerdo de tu cuerpo, Cubana, del sentido que le daba a mis pensamientos desastrosos. Me acuerdo de tu desastre, Cubana, del sentido que le daba a mi cuerpo. Recuerdo lo que no debería recordar en un día que, a todas luces, habré de olvidar.
Porque, de vez en cuando, te recuerdo. Los momentos en que haces ruido y decido escucharlo. Las canciones que suenan duro haciendo a un lado el miedo. La verdad. Porque estás ya lejos. Vas ya formando parte del grupo de quienes algún día configuraron mi vida y que hoy se desvanecen.
Pero es que de pronto te veo. Sentada; inaccesible ante cualquier minucia. Parada; aguantando, estoica, alguna piedra insoportable. Pidiendo mucho, cediendo poco; dándolo todo con la vaga esperanza de que lo que algún día pudo regresar se quede guardado en algún lugar: un sueño. A veces sueño contigo, niña; sólo a veces. Solo.
Corre ahora. O navega. Vuela, si sabes. Nada, si puedes. Decide, canta, amplía, mueve, pregunta. Conoce, pero duda. Crea, pero corrige. Haz, pero cambia. Habla, pero guarda silencio primero. Termina de arreglar lo que no se puede: construye. Da pasos cortos: llega lejos. Fluye.
Salta, en el aire, después del salto. Haz algo extraño.
Extraño.
Porque a veces te extraño, Cubana.
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