Pateé el balón con la punta. El árbitro había marcado fuera de lugar, así que le dije a mis compañeros que salieran, que yo lo pateaba.
Perdíamos uno a cero durante el primer tiempo hasta que nuestro delantero estrella marcó el primer gol a nuestro favor. Entonces empatábamos a uno. Y yo que creía que ya no podía sentir los goles, la esencia del futbol. Y como no teníamos cambios, el partido se empezó a ver gris. Sin cambios, ¿cómo lo íbamos a sacar? Gritando, pensé. Y así grité y gritamos para sacar el partido. Luego vino una lesión que nos dejó con diez y después una expulsión que nos dejó con nueve. Mientras tanto, el marcador seguía empatado. Por eso no dejé de gritar.
El futbol, sin embargo, se gana no sólo con gritos de apoyo y con buenas intenciones, también hay que patear el balón y hacer que termine en las redes del rival. El rival lo quería poner en las nuestras. Éramos menos y eso nos hizo más.
En uno de esos intentos del rival, el árbitro marcó fuera de lugar, y le dije a mis compañeros que yo lo patearía. Puse el balón en el piso y lo mandé a la otra mitad del campo. Ahí, uno de nuestros medios se lo dio con la cabeza a nuestro delantero estrella, quien anotó el dos a uno definitivo. Fue así que, tras la ausencia prolongada, volví a sentir un gol.
Tras la nube, tras el olvido, tras la desesperanza, seguimos gritando y pateando y apoyando. Seguir luchando para poder gritarlo: ¡gol!
27 de septiembre de 2011
6 de septiembre de 2011
Lo que perdí
Lo que perdí no lo perdí por ti. Acaso en tu compañía he ganado. Necesito reconocer una absurda necesidad: buscar la mejor forma de lastimarme. No, no fuiste tú quien me hizo estas heridas.
Sangré de noche para no hacer mucho escándalo; lo malo fue que al día siguiente las manchas se hicieron evidentes, no supe cómo ocultarlas. Después vinieron las cicatrices y los lamentos. Y no, no fue tu culpa.
Ahora que estamos solos, rendidos y en calma, necesito recordar de dónde es que viene la manía, la poesía, tu un beso, tus diez dedos, mi nada, tu todo. Porque ahora reflexiono sobre lo que perdí. ¿Por qué fue que le aposté todo a un sueño inexorable? Lo olvidé al despertar.
Y tu aliento lo hacía todo más húmedo y sensible. Por eso te respiré. Lo que perdí ya se fue y quizás nunca más regrese. Tengo que ver ahora qué es lo que me queda.
Y así, siempre, dentro de todo lo que se puede perder, olvidar, deshacer y romper, lo que me queda, lo que disfruto, lo que hace que ya no todo el tiempo duela, eres tú.
Lo que perdí para encontrarte. Sin dejar de buscarme, lo que encontré.
Sangré de noche para no hacer mucho escándalo; lo malo fue que al día siguiente las manchas se hicieron evidentes, no supe cómo ocultarlas. Después vinieron las cicatrices y los lamentos. Y no, no fue tu culpa.
Ahora que estamos solos, rendidos y en calma, necesito recordar de dónde es que viene la manía, la poesía, tu un beso, tus diez dedos, mi nada, tu todo. Porque ahora reflexiono sobre lo que perdí. ¿Por qué fue que le aposté todo a un sueño inexorable? Lo olvidé al despertar.
Y tu aliento lo hacía todo más húmedo y sensible. Por eso te respiré. Lo que perdí ya se fue y quizás nunca más regrese. Tengo que ver ahora qué es lo que me queda.
Y así, siempre, dentro de todo lo que se puede perder, olvidar, deshacer y romper, lo que me queda, lo que disfruto, lo que hace que ya no todo el tiempo duela, eres tú.
Lo que perdí para encontrarte. Sin dejar de buscarme, lo que encontré.
4 de agosto de 2011
Vivir
Dejar ir no quiere decir suicidarse ni cruzar la puerta de la muerte. Soltar no quiere decir quitar toda la resistencia y permitirse caer libre en el pozo de la desolación. Liberarse quiere decir aceptar la vida.
Aceptar que todo deseo es negación del miedo. Entender que quien llega lejos no alcanza: huye. Abrazar la existencia como un constante intercambio de ideas que se repiten para formar una completa —perfecta— ilusión de novedad.
No hay nada nuevo bajo el Sol, pero está el Sol mismo y la luz que de él emana contiene todas las variedades.
Aceptar que todo deseo es negación del miedo. Entender que quien llega lejos no alcanza: huye. Abrazar la existencia como un constante intercambio de ideas que se repiten para formar una completa —perfecta— ilusión de novedad.
No hay nada nuevo bajo el Sol, pero está el Sol mismo y la luz que de él emana contiene todas las variedades.
31 de julio de 2011
Cuando salga
Cuando salga de esta miraré al cielo y me imaginaré una figura preciosa en las nubes. Veré tu cara sonriente y apreciaré que aunque la belleza sea dinámica nunca se va. Te tomaré las manos y sentiré tu calor.
Cuando crezca y vuelva a saber qué se siente estar contento, compartiré una risa genuina contigo y pondré más atención en los detalles insignificantes que le dan sentido al mundo que gira. Cuando deje de ver hacia la sombra interior dejaré que me contagies de tu luz y, con cuidado, encenderé una vela que dure mucho tiempo prendida.
Quise creer que la felicidad no existía y ahora que me he convencido, sé que la tristeza absoluta tampoco puede prolongarse indefinidamente. Cuando consiga hacerme grande, y vea todo lo que está pasando ajeno y pequeño, sé que estarás conmigo, como una parte fundamental de mi —de nuestro— tamaño.
Paciencia y movimiento, nada más.
Cuando crezca y vuelva a saber qué se siente estar contento, compartiré una risa genuina contigo y pondré más atención en los detalles insignificantes que le dan sentido al mundo que gira. Cuando deje de ver hacia la sombra interior dejaré que me contagies de tu luz y, con cuidado, encenderé una vela que dure mucho tiempo prendida.
Quise creer que la felicidad no existía y ahora que me he convencido, sé que la tristeza absoluta tampoco puede prolongarse indefinidamente. Cuando consiga hacerme grande, y vea todo lo que está pasando ajeno y pequeño, sé que estarás conmigo, como una parte fundamental de mi —de nuestro— tamaño.
Paciencia y movimiento, nada más.
28 de julio de 2011
Sobre la tristeza
En cualquier lugar; ilocalizable, perdida, pero presente. Ambigua, suficiente. Se apodera de pronto de mí y no me suelta. "Tendrás que hacer lo que sabes que tienes que hacer para liberarte de mí", me insinúa la tristeza en un sueño que no recuerdo. La veo volar, va de aquí para allá, viéndome a los ojos cada que desvío la mirada, cada que intento creer que hay algo más.
Tendré que hacer lo que sé que tengo que hacer, recuerdo al recordar el sueño que se olvida. Y resulta que no quiero hacer lo que tengo que hacer. Me pregunto en dónde se parte la delgada línea que divide el hacer del querer. Y entonces quiero hacerlo, entonces quiero hacer lo que sé que tengo que hacer. Pero no puedo. ¿En dónde está la línea que divide el querer y el poder? Está en la tristeza.
Hay tanta luz, me imagino, perdido en la sombra. Todos los días, constante e inevitablemente, el mundo se reduce a unas cuantas palabras que se repiten como el eco de un sonido horroroso. La vista se nubla cansada de no poder enfocar. La atención se disipa en un intento vano de conocer algo distinto. Yo me hundo en un remolino de un fulgor opaco y mordaz.
Luego me levanto mientras me siento arrastrado hacia el lugar más profundo que pueda describir. No lo describo. Intento entonces describir lo que siento sabiendo que lo más probable es que me pierda en un abismo indescifrable de palabras vacías. Me detengo por fin, en un constante movimiento sombrío, y lo digo: estoy triste, estoy muy triste.
Tendré que hacer lo que sé que tengo que hacer, recuerdo al recordar el sueño que se olvida. Y resulta que no quiero hacer lo que tengo que hacer. Me pregunto en dónde se parte la delgada línea que divide el hacer del querer. Y entonces quiero hacerlo, entonces quiero hacer lo que sé que tengo que hacer. Pero no puedo. ¿En dónde está la línea que divide el querer y el poder? Está en la tristeza.
Hay tanta luz, me imagino, perdido en la sombra. Todos los días, constante e inevitablemente, el mundo se reduce a unas cuantas palabras que se repiten como el eco de un sonido horroroso. La vista se nubla cansada de no poder enfocar. La atención se disipa en un intento vano de conocer algo distinto. Yo me hundo en un remolino de un fulgor opaco y mordaz.
Luego me levanto mientras me siento arrastrado hacia el lugar más profundo que pueda describir. No lo describo. Intento entonces describir lo que siento sabiendo que lo más probable es que me pierda en un abismo indescifrable de palabras vacías. Me detengo por fin, en un constante movimiento sombrío, y lo digo: estoy triste, estoy muy triste.
22 de julio de 2011
Hay lugar
Hay. Hay lugar. Vengo a decirte —a pedirte— que no te preocupes más. Que cuando sientas que la sombra te rodea demasiado, puedes venir cada que así lo quieras o lo necesites y puedes escucharme al leer estas líneas: hay lugar, hay mucho lugar.
Para la magia, para la creatividad, para la invención y para la reinvención. Todavía hay un sitio para todo eso, todavía existe un lugar para mucho más. Desperézate, sacúdete y vuelve a confiar. Lo encontré, y platicando generalidades me confesó, casi de manera accidental, que todavía hay lugar, que siempre ha habido, que lo que ocurre es que has pasado demasiado tiempo viendo hacia los lugares vacíos, hacia el imposible infinito, hacia la nada.
Pero ven, es buen momento para que veas todo desde mi perspectiva; es un excelente momento para que no pierdas la esperanza y conozcas las novedades de lo que no se ha querido mover y está ahí para ti, esperando con paciencia a que quieras enfocarlo. No lo dudes ahora, por favor; y si lo haces, que sea sólo como un ejercicio de la imaginación, ésa que no podría, ni aunque quisieras, dejarte solo. Pero deja ya de creer que el abismo es real: tú lo inventaste, tú puedes hacerlo desaparecer.
Hay lugar, camarada. Afortunadamente, puedo decirte con certeza que todavía hay lugar. Camina con el temple de quien sabe cómo descansar para poder avanzar a buen ritmo: hay lugar.
Para la magia, para la creatividad, para la invención y para la reinvención. Todavía hay un sitio para todo eso, todavía existe un lugar para mucho más. Desperézate, sacúdete y vuelve a confiar. Lo encontré, y platicando generalidades me confesó, casi de manera accidental, que todavía hay lugar, que siempre ha habido, que lo que ocurre es que has pasado demasiado tiempo viendo hacia los lugares vacíos, hacia el imposible infinito, hacia la nada.
Pero ven, es buen momento para que veas todo desde mi perspectiva; es un excelente momento para que no pierdas la esperanza y conozcas las novedades de lo que no se ha querido mover y está ahí para ti, esperando con paciencia a que quieras enfocarlo. No lo dudes ahora, por favor; y si lo haces, que sea sólo como un ejercicio de la imaginación, ésa que no podría, ni aunque quisieras, dejarte solo. Pero deja ya de creer que el abismo es real: tú lo inventaste, tú puedes hacerlo desaparecer.
Hay lugar, camarada. Afortunadamente, puedo decirte con certeza que todavía hay lugar. Camina con el temple de quien sabe cómo descansar para poder avanzar a buen ritmo: hay lugar.
16 de julio de 2011
Movimiento restringido
Quiero decir un poquito. Nada demasiado elegante, o llamativo; ni siquiera algo que, al ser leído, mueva o haga pensar. Sólo tengo ganas de mover las manos —los dedos— y pensar, por un momento, fuera de mi cabeza.
Tengo ganas de volver a decir lo que siento. Y me pregunto si la incapacidad será producto de alguna traba entre el sentimiento y la expresión o si, de plano, el problema es que ya no recuerdo cómo se sentía sentir.
Quiero olvidarme de los veredictos. Que los juicios propios y extraños me atormentan y me detienen en la lluvia de la sequía. Sólo quiero salir sin tener que explicar (que explicarme) qué hago afuera.
Quiero compartir contigo este momento. Quiero serlo y que lo seas. Que al verlo, aunque para mí ya haya pasado pero para ti apenas esté ocurriendo, sientas que tú también te puedes mover; y aunque en ocasiones te sientas atado, trabado o restringido, te des cuenta de que eres tú mismo el que se está deteniendo. Entonces, quizás, puedas dejar de hacerlo.
Tengo ganas de volver a decir lo que siento. Y me pregunto si la incapacidad será producto de alguna traba entre el sentimiento y la expresión o si, de plano, el problema es que ya no recuerdo cómo se sentía sentir.
Quiero olvidarme de los veredictos. Que los juicios propios y extraños me atormentan y me detienen en la lluvia de la sequía. Sólo quiero salir sin tener que explicar (que explicarme) qué hago afuera.
Quiero compartir contigo este momento. Quiero serlo y que lo seas. Que al verlo, aunque para mí ya haya pasado pero para ti apenas esté ocurriendo, sientas que tú también te puedes mover; y aunque en ocasiones te sientas atado, trabado o restringido, te des cuenta de que eres tú mismo el que se está deteniendo. Entonces, quizás, puedas dejar de hacerlo.
22 de junio de 2011
Otra vida
Si yo, por decir algo, tuviera otra vida, una diferente de la que tengo, haría muchas cosas. Me quejaría, para empezar —y para ser sincero—, de la vida que tengo. Vería con recelo a los demás, imaginándome cuan perfectas son las vidas que vivirían, y sentiría que mi propia vida es algo muy lejano al estándar de la vida correcta.
Si yo, por imaginarme algo distinto, tuviera otra vida, me preguntaría diariamente el por qué de la ausencia de ciertos bienes materiales —dinero, lujos— y emocionales —estabilidad, paz—; me atiborraría de pensamientos lastimeros que, dentro de un pesimismo pocas veces visto, me asfixiaran.
Pienso, sólo como un ejercicio de la imaginación, que si yo tuviera otra vida, una diferente a la que tengo, me dedicaría a encontrarle todas las fallas posibles; buscaría todos los errores inherentes al modo de vida que, de ser la realidad distinta a como es, ostentaría.
Pero resulta que tengo esta, y no otra. Así que me contento con enfocarme en todo lo que haría si tuviera, aunque sea sólo como un sueño, otra vida.
Si yo, por imaginarme algo distinto, tuviera otra vida, me preguntaría diariamente el por qué de la ausencia de ciertos bienes materiales —dinero, lujos— y emocionales —estabilidad, paz—; me atiborraría de pensamientos lastimeros que, dentro de un pesimismo pocas veces visto, me asfixiaran.
Pienso, sólo como un ejercicio de la imaginación, que si yo tuviera otra vida, una diferente a la que tengo, me dedicaría a encontrarle todas las fallas posibles; buscaría todos los errores inherentes al modo de vida que, de ser la realidad distinta a como es, ostentaría.
Pero resulta que tengo esta, y no otra. Así que me contento con enfocarme en todo lo que haría si tuviera, aunque sea sólo como un sueño, otra vida.
13 de junio de 2011
El día que mi escritor se cansó de escribir sobre mí
Un día Tomás se encontró desolado. Hablaba como máquina, entendía sólo lo más básico del mundo que le rodeaba y atendía torpemente sus relaciones interpersonales. Pero un resquicio de consciencia —acaso de esperanza— hacía ruido diariamente; lo despertaba, lo adormecía, lo guiaba.
Leyendo por leer —cualquier cosa o algo extraordinario—, sin entender demasiado, se dio cuenta de lo que le pasaba: su escritor, como puede sucederle a cualquiera que, acostumbrado a moverse demasiado en el mundo de las palabras, se tome un momento para reflexionar sobre lo que está adentro y lo que está afuera, se vio agotado.
Así Tomás, que se hallaba buscando sin encontrar, tras mucho haber encontrado sin buscar, detuvo cualquier posible atisbo de reflexión. Hizo una mueca sorda, casi ficticia, y volteó hacia arriba. "No dejes de escribirme", suplicó. "Por favor, no dejes de escribirme". Sin saber si sus palabras tendrían un eco permanente, efímero o nulo, Tomás volvió a voltear hacia su tierra, hacia su dominio, hacia su realidad; se encontró escrito una y mil veces sobre las superficies de su planeta. Escuchó por fin una voz que le dijo (él no lo recordaba, y por eso creyó que la voz le dijo por primera vez algo que, en realidad, sólo le estaba repitiendo): "Tras mucho mirarte en el espejo de tu propia vanidad —interna y externa—, es un buen momento para que te mires en el espejo de los demás, te sorprenderás al encontrar cuan parecidas son sus diferencias".
No, en realidad no lo habían dejado de escribir, transcurría por un pasaje bastante iterativo, pero no lo habían dejado de escribir.
Leyendo por leer —cualquier cosa o algo extraordinario—, sin entender demasiado, se dio cuenta de lo que le pasaba: su escritor, como puede sucederle a cualquiera que, acostumbrado a moverse demasiado en el mundo de las palabras, se tome un momento para reflexionar sobre lo que está adentro y lo que está afuera, se vio agotado.
Así Tomás, que se hallaba buscando sin encontrar, tras mucho haber encontrado sin buscar, detuvo cualquier posible atisbo de reflexión. Hizo una mueca sorda, casi ficticia, y volteó hacia arriba. "No dejes de escribirme", suplicó. "Por favor, no dejes de escribirme". Sin saber si sus palabras tendrían un eco permanente, efímero o nulo, Tomás volvió a voltear hacia su tierra, hacia su dominio, hacia su realidad; se encontró escrito una y mil veces sobre las superficies de su planeta. Escuchó por fin una voz que le dijo (él no lo recordaba, y por eso creyó que la voz le dijo por primera vez algo que, en realidad, sólo le estaba repitiendo): "Tras mucho mirarte en el espejo de tu propia vanidad —interna y externa—, es un buen momento para que te mires en el espejo de los demás, te sorprenderás al encontrar cuan parecidas son sus diferencias".
No, en realidad no lo habían dejado de escribir, transcurría por un pasaje bastante iterativo, pero no lo habían dejado de escribir.
3 de mayo de 2011
Veneno
Has pasado tanto tiempo en la oscuridad que ya no recuerdas el calor de la luz. Y prometiste que ya no consumirías más ese veneno que hace tu sangre hervir, pero que tanto necesitas.
Querías anticipar todos los movimientos de los astros a tu alrededor. Tanto así que decidiste dejar de anticipar —o acaso planear— los propios. Caminabas sin un rumbo para darte cuenta de que estabas a punto de salir. Pero no te preguntaste ni siquiera en dónde te habías metido. Necesitabas calor. Abusrdo: necesitabas calor y te fuiste a la sombra. Y ahora que quieres o necesitas salir te preguntas si dolerá. Nada duele como la sombra, como su mágico veneno. Anticipa ahora tus propios pasos en vez de querer anticipar los de los demás o los de lo que está afuera. Camina lento pero sin titubeos hacia la luz. Justo cuando te acostumbres a su cándida presencia, regresa entonces al lugar que ni quema ni deja de iluminar. Que el odio a la mediocridad es lo más parecido que existe al amor por la sabiduría.
Querías anticipar todos los movimientos de los astros a tu alrededor. Tanto así que decidiste dejar de anticipar —o acaso planear— los propios. Caminabas sin un rumbo para darte cuenta de que estabas a punto de salir. Pero no te preguntaste ni siquiera en dónde te habías metido. Necesitabas calor. Abusrdo: necesitabas calor y te fuiste a la sombra. Y ahora que quieres o necesitas salir te preguntas si dolerá. Nada duele como la sombra, como su mágico veneno. Anticipa ahora tus propios pasos en vez de querer anticipar los de los demás o los de lo que está afuera. Camina lento pero sin titubeos hacia la luz. Justo cuando te acostumbres a su cándida presencia, regresa entonces al lugar que ni quema ni deja de iluminar. Que el odio a la mediocridad es lo más parecido que existe al amor por la sabiduría.
2 de mayo de 2011
A ti
Porque te escogí a ti. Y había otro millón o más de personas, pero decidí que fueras tú. En medio de un mar cuyas olas no paraban de reventar en las piedras, sentí tu dolor y lo quise acompañar con el mío. Entonces nos vimos a los ojos y descubrimos que también el amor se podía compartir.
Te vi, lejos, caminando, y pensé en alcanzarte. Creo que lo hice, pero tú y tu rápido caminar; seguirte el paso pronto se convirtió en una tarea por demás cansada, sobre todo para alguien tan acostumbrado a moverse lentamente, sin demasiada prisa.
Te vi para que me vieras, para que me oyeras, para que sintieras que podía ser alguien para ti. Así te vi. Y tú apenas te molestaste en voltear y decirme que no era para tanto. ¿Era para algo?
Corro ahora, me muevo lo más rápido que puedo para volver a tocarte.
Te vi, lejos, caminando, y pensé en alcanzarte. Creo que lo hice, pero tú y tu rápido caminar; seguirte el paso pronto se convirtió en una tarea por demás cansada, sobre todo para alguien tan acostumbrado a moverse lentamente, sin demasiada prisa.
Te vi para que me vieras, para que me oyeras, para que sintieras que podía ser alguien para ti. Así te vi. Y tú apenas te molestaste en voltear y decirme que no era para tanto. ¿Era para algo?
Corro ahora, me muevo lo más rápido que puedo para volver a tocarte.
29 de abril de 2011
Prestigio
Una droga es algo ajeno a un organismo que, al ser introducido en el mismo, genera un periodo corto de placer y uno largo de dolor. Como el placer viene primero, los organismos que gustan de utilizar las drogas con frecuencia, llegados a un punto de mala costumbre, comienzan a utilizarlas para evitar el dolor que ellas mismas les producen. En otras palabras, una droga es una serpiente envenenada que busca con avidez comerse la propia cola hasta llegar a la cabeza.
De todas las drogas inventadas por la humanidad, el prestigio es la más costosa, la más buscada y la más peligrosa. Su mecanismo es simple y es, a la vez, atroz. Consiste en acumular, mediante esfuerzos desmedidos (ya físicos o intelectuales), un bien material (dinero, por ejemplo) o inmaterial (conocimiento, por ejemplo) hasta el punto en que sea posible demostrar que el esfuerzo que se ha dedicado supera en cantidad y/o en calidad al esfuerzo de los demás. Una vez que esto ha ocurrido, se trata, simplemente, de ser reconocido en esta demostración y de erigir una torre de aire caliente con el aliento que el reconocimiento social genera.
Ocurre que los seres humanos, al darnos cuenta —o al nunca preguntárnoslo— de que hemos llegado a un lugar bastante árido y sin utilidad, dotamos de sentido nuestra existencia, fundamentalmente, a partir de la convivencia con los demás. Es un razonamiento simple que dice, palabras más, palabras menos: si me lleva la desolación, al menos que me lleve acompañado. Como el prestigio es una droga social, su potencial adictivo es por demás aprisionante. No tiene otra finalidad que la constante comparación con los demás y la auto afirmación que ver a las personas que tienen menos de eso que decidimos acumular indefinidamente genera. Eso es lo que nos eleva en una torre de aire caliente, y nos gusta hasta que volteamos hacia arriba y vemos que hay gente auto afirmándose a partir de nuestra pobre acumulación de algo más.
Así, al encontrarnos acompañados en una vida llena de gente, buscamos lo que hacen los demás, siempre que esta o estas acciones generen algún eco relevante, y nos dedicamos a acumular lo que sea que se nos haya ocurrido acumular con la finalidad de llenar un vacío infinito. Siempre que haya prestigio alrededor de lo que hacemos, el viaje será más cómodo, mientras tengamos la entereza de no mirar hacia otro lado. El problema del prestigio, sin embargo, es que, entre más alto nos haya llevado nuestra torre de aire caliente, más fácil será voltear a ver las demás.
De todas las drogas inventadas por la humanidad, el prestigio es la más costosa, la más buscada y la más peligrosa. Su mecanismo es simple y es, a la vez, atroz. Consiste en acumular, mediante esfuerzos desmedidos (ya físicos o intelectuales), un bien material (dinero, por ejemplo) o inmaterial (conocimiento, por ejemplo) hasta el punto en que sea posible demostrar que el esfuerzo que se ha dedicado supera en cantidad y/o en calidad al esfuerzo de los demás. Una vez que esto ha ocurrido, se trata, simplemente, de ser reconocido en esta demostración y de erigir una torre de aire caliente con el aliento que el reconocimiento social genera.
Ocurre que los seres humanos, al darnos cuenta —o al nunca preguntárnoslo— de que hemos llegado a un lugar bastante árido y sin utilidad, dotamos de sentido nuestra existencia, fundamentalmente, a partir de la convivencia con los demás. Es un razonamiento simple que dice, palabras más, palabras menos: si me lleva la desolación, al menos que me lleve acompañado. Como el prestigio es una droga social, su potencial adictivo es por demás aprisionante. No tiene otra finalidad que la constante comparación con los demás y la auto afirmación que ver a las personas que tienen menos de eso que decidimos acumular indefinidamente genera. Eso es lo que nos eleva en una torre de aire caliente, y nos gusta hasta que volteamos hacia arriba y vemos que hay gente auto afirmándose a partir de nuestra pobre acumulación de algo más.
Así, al encontrarnos acompañados en una vida llena de gente, buscamos lo que hacen los demás, siempre que esta o estas acciones generen algún eco relevante, y nos dedicamos a acumular lo que sea que se nos haya ocurrido acumular con la finalidad de llenar un vacío infinito. Siempre que haya prestigio alrededor de lo que hacemos, el viaje será más cómodo, mientras tengamos la entereza de no mirar hacia otro lado. El problema del prestigio, sin embargo, es que, entre más alto nos haya llevado nuestra torre de aire caliente, más fácil será voltear a ver las demás.
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