Recordaré la noche en que volví a ver chispas en un cuarto oscuro.
Cuatro tragos de mezcal, chava, más la cerveza que ayudara a bajarlo, y los saltos de chapulín que da el corazón cuando la sangre irriga ahí, directo, en vez de distraerse en otras partes.
Recordaré caminar en la calle y sentir el pasado. La posibilidad infinita del dolor que permanece sólo el tiempo necesario, y luego se va.
Cuatro meses (podrían ser más, podrían ser menos) de corazón-trizas cuando el tiempo se mide en latidos. Por eso no me pasó el tiempo hasta que me pediste que me fuera.
Sonaba lo que quería escuchar, y, hablando de rompimientos, un vaso estrelló la noche y alejó tus labios, recuerdo vago.
Tu cuello, estirado.
Y las ganas de estar afuera, sintiendo el aire, sola.
"¿Qué pasa por tu cabeza?", me preguntaste, subida en una nube rosa invisible. Los chispazos luciernágicos acomodaron mi sorpresa en silencio (oscuras conclusiones incomunicables).
De lejos, el tiempo pidió tregua para convertirse en más latidos.
Personalidad dinámica de novedades repetitivas en tu mirada.
El pasado cobró en gestos la posibilidad de no sentir nada por querer sentir de más, y, como quien aprende a jugar un juego dividido en dos tiempos, saboreé un salto imposible.
Tipo chapulín, sabor limón.
Tipo no volverte a ver, olor verde.
Tipo regresar, pero a otro lugar.
La esencia de la felicidad es el momento del recuerdo-chispazo de eso que no se repite, más que en la memoria.
Y fui feliz por el tiempo que haya durado ese lapso sin tiempo, sin referentes y sin planes.
Superar la expectativa de tu mirada a través de dos besos imposibles.
Si no te vuelvo a ver, no importa, porque así es el placer: viene y va en olas discretas (que parecen iguales sin ser nunca las mismas) de ciclos que mojan siempre la arena con su sed insaciable de más.
Y es que hay sed que sólo se sacia dejando de beber.
¿Cuál era la tuya?
Tu sed sólo fue tu falta de sed.
25 de junio de 2016
2 de mayo de 2016
Sueños
Cumplimos, cada quién por su lado, nuestros sueños
Tú te fuiste lejos, volando, para no regresar.
Yo conseguí un trabajo.
Y si volvieras sería igual, el regreso no siempre es cuestión de espacios.
La ida tampoco.
Me amarré al asiento y pedaleé kilómetros, como cuando soñé con ser triatleta. Tú te amarraste a la niñez, y maduraste sin envejecer nunca.
Yo, en cambio, envejecí sin madurar. Cumplí 29 años-perro en sólo cuatro vueltas al sol y comprendí que, a veces, es más bonito extrañar.
No sé en dónde ni con quién estés ahora.
Y tú tampoco sabes nada de mí.
Pero también me extrañas, lo sé, a tu manera.
Porque el sueño principal, ése en el que me convertía en árbol y tú te guarecías en mi sombra, se volvió realidad.
Árbol de verde discreto y ramas alternas.
Sombra de cuidados sin exigencias y la libertad de alejarnos por el bien de los dos.
El agua a través de tus dedos tomó un sabor nuevo.
Luego una burbuja me recordó a ti (como todos los días, cuando por respeto te recuerdo con cariño, y ya no te lo digo más) y me dijo que es posible añorar sin perderse por completo.
El sueño, pues, era complementarnos. Subir, como en escalera. Vernos crecer.
Y cada quién lo logró, sin reparar, dado el paso del tiempo, en qué sentiría el otro.
Pero supimos comunicarnos, en silencio, que está bien.
Tú te fuiste lejos, volando, para no regresar.
Yo conseguí un trabajo.
Y si volvieras sería igual, el regreso no siempre es cuestión de espacios.
La ida tampoco.
Me amarré al asiento y pedaleé kilómetros, como cuando soñé con ser triatleta. Tú te amarraste a la niñez, y maduraste sin envejecer nunca.
Yo, en cambio, envejecí sin madurar. Cumplí 29 años-perro en sólo cuatro vueltas al sol y comprendí que, a veces, es más bonito extrañar.
No sé en dónde ni con quién estés ahora.
Y tú tampoco sabes nada de mí.
Pero también me extrañas, lo sé, a tu manera.
Porque el sueño principal, ése en el que me convertía en árbol y tú te guarecías en mi sombra, se volvió realidad.
Árbol de verde discreto y ramas alternas.
Sombra de cuidados sin exigencias y la libertad de alejarnos por el bien de los dos.
El agua a través de tus dedos tomó un sabor nuevo.
Luego una burbuja me recordó a ti (como todos los días, cuando por respeto te recuerdo con cariño, y ya no te lo digo más) y me dijo que es posible añorar sin perderse por completo.
El sueño, pues, era complementarnos. Subir, como en escalera. Vernos crecer.
Y cada quién lo logró, sin reparar, dado el paso del tiempo, en qué sentiría el otro.
Pero supimos comunicarnos, en silencio, que está bien.
30 de marzo de 2016
Andrea
Quizás buscaba a Gabriela en tus ojos cafés, en tu sonrisa torcida, en tus sueños inyectables y contagiosos. Pero ya pasaron más de cuatro años, y mirar hacia atrás mientras se va hacia adelante (no es posible otra cosa que ir hacia adelante), sólo promete tropezar.
Buscaba algo perfecto cuando lo que me ofreciste fue adecuado. Tonto, porque lo perfecto es enemigo de la realidad; y lo adecuado es lo que la construye. La oportunidad se encuentra en los espacios en común, Andrea.
Lejos, cuándo no, como esa idea de compartir una vida tras sólo un par de encuentros. Sucede que la intensidad en que nadamos --alberca favorita-- nos aventó por un tobogán con marcada intolerancia al sobrepeso: se rompió.
Pienso en el arte japonés de reparar jarrones con oro o plata. ¿Valdría la pena? ¿De dónde sacaríamos el metal? ¿En dónde están esos pedazos fragmentados? Está en nosotros, Andrea.
Magia, Andrea. En la posibilidad de ponerte un sobrenombre preciso en menos de dos días (te lo robé). Te extraño: extraño lo extraño: miro hacia atrás: camino: no puedo evitarlo: ¿qué buscamos ahora?: la felicidad que se comparte.
Felicidad, Andrea. En chispazos. Los faroles se queman pronto. Las luciérnagas saben administrar el brillo porque no es posible hacer tantas cosas a la vez, volar y brillar. Silencio. Brillar y volar. Luz.
Para qué quieres una luz permanente cuando el Sol (aprende del Sol, Andrea) no dura todo el día.
Qué son siete horas.
Dos semanas.
Cuánto seis meses.
Si me haces enojar es porque conoces mis botones, Andrea.
Recuerdo tu texto de nombre homónimo. Y los trucos de tus dedos y tu sonrisa que me encanta. La luz a cuentagotas cuando cerraste las persianas y dormimos juntos y despertamos y nos fuimos a comer.
Entrenar como perros. Porque ¿quién dice que todo debe marchar recto en un mundo más bien redondo?
Entrenar es caminar y levantarse cuando las piernas no sabían que podrían fallar. Entrenar es prepararse cuando no queda claro por qué, pero no importa porque el porqué puede ser el entrenamiento mismo. Entrenar es sonreírle a la tristeza.
No es bueno contestar en caliente. Pero qué sería el frío sin contraste.
Y es que me prendes. No sé cómo, pero me prendes.
No sé qué quiero, Andrea. Ni sé si quiero saber qué quiero. Tal vez quiera nunca saber qué quiero y, mientras lo consigo, quedarme en bocetos de palitos y perritos que hablan de la realidad de un niño disfrazado de señor.
Tomás significa Gemelo.
Y mi alma busca darle sentido a mi nombre.
Buscaba algo perfecto cuando lo que me ofreciste fue adecuado. Tonto, porque lo perfecto es enemigo de la realidad; y lo adecuado es lo que la construye. La oportunidad se encuentra en los espacios en común, Andrea.
Lejos, cuándo no, como esa idea de compartir una vida tras sólo un par de encuentros. Sucede que la intensidad en que nadamos --alberca favorita-- nos aventó por un tobogán con marcada intolerancia al sobrepeso: se rompió.
Pienso en el arte japonés de reparar jarrones con oro o plata. ¿Valdría la pena? ¿De dónde sacaríamos el metal? ¿En dónde están esos pedazos fragmentados? Está en nosotros, Andrea.
Magia, Andrea. En la posibilidad de ponerte un sobrenombre preciso en menos de dos días (te lo robé). Te extraño: extraño lo extraño: miro hacia atrás: camino: no puedo evitarlo: ¿qué buscamos ahora?: la felicidad que se comparte.
Felicidad, Andrea. En chispazos. Los faroles se queman pronto. Las luciérnagas saben administrar el brillo porque no es posible hacer tantas cosas a la vez, volar y brillar. Silencio. Brillar y volar. Luz.
Para qué quieres una luz permanente cuando el Sol (aprende del Sol, Andrea) no dura todo el día.
Qué son siete horas.
Dos semanas.
Cuánto seis meses.
Si me haces enojar es porque conoces mis botones, Andrea.
Recuerdo tu texto de nombre homónimo. Y los trucos de tus dedos y tu sonrisa que me encanta. La luz a cuentagotas cuando cerraste las persianas y dormimos juntos y despertamos y nos fuimos a comer.
Entrenar como perros. Porque ¿quién dice que todo debe marchar recto en un mundo más bien redondo?
Entrenar es caminar y levantarse cuando las piernas no sabían que podrían fallar. Entrenar es prepararse cuando no queda claro por qué, pero no importa porque el porqué puede ser el entrenamiento mismo. Entrenar es sonreírle a la tristeza.
No es bueno contestar en caliente. Pero qué sería el frío sin contraste.
Y es que me prendes. No sé cómo, pero me prendes.
No sé qué quiero, Andrea. Ni sé si quiero saber qué quiero. Tal vez quiera nunca saber qué quiero y, mientras lo consigo, quedarme en bocetos de palitos y perritos que hablan de la realidad de un niño disfrazado de señor.
Tomás significa Gemelo.
Y mi alma busca darle sentido a mi nombre.
16 de marzo de 2016
Finta
Parpadea la sal en la piel.
Qué excusa.
Qué exculpa.
Qué extraña.
De quinientos quilómetros de distancia a menos de un milímetro de látex, me (des)hago en tu mar: espuma en tus olas.
A dos manos.
A más.
A doce horas de camino.
Más el camino.
(el otro, el de tocar la puerta equivocada, el de bajar la escalera de caracol en el edificio de enfrente, el de encontrar el número trescientos siete, el de escuchar una risa pelirroja y el de sentir un abrazo cálido de dos días.)
Menos el recuerdo: impreso para siempre en tus dos hermosas manos, que se alejan diciendo hola.
Más-menos.
Más sueño.
(Me quedé dormido junto a ti, S., pero me sentía solo.)
Menos cama.
Más días.
(tus días, S. En un montón de hormonas que los quitan, en el brazo izquierdo un bulto, en Francia, en donde sea. Carajo, no quiero, pero sé por qué.)
Menos noches.
Y lo que se pierde entre nombres y sombras a las tres de la madrugada.
Menos búsqueda, más encuentro.
Heridas que sanan y cierran.
Parpadea la sal en la herida.
La posibilidad de abrir una nueva: tiempo-temor en el vaivén de las olas.
Maletas viejas.
Malteadas, me late, letargo, hot dog.
Y el medio metro de distancia que se divide entre cero para llegar a un infinito indefinido.
Cadencia en cada subida-estallido y malilla en saber que algún día voy a extrañar. No sé cuándo, no sé cuánto: no calculo.
Que sea mañana, porque hoy está para otra cosa.
Razono,
aunque,
qué más da la razón cuando la emoción parte en dos.
Los pies bien fincados en arenas movedizas.
(me gusta, siempre me ha gustado, pisar la arena del mar cuando está húmeda y deja huellas que desaparecen rápido.)
Pídeme lo que quieras: no soy tan listo.
Como quieras: no llego.
Fantasma de apariciones milagrosas, tu finta me engañó en la cadera: apareciste y desapareciste.
Sí-No.
Un-Gusto.
Un-Placer.
Un-Ya-Nos-Vamos.
(no llegaba el taxi que prometió pasar por mí y pedimos otro, y me daba miedo que llegaran los dos al mismo tiempo porque nunca he sabido cómo manejar ese tipo de situaciones. Metáfora de no saber qué hacer si llegaras a mi ciudad al mismo tiempo que mi soledad.)
Un-Casi-Ahogarme (en silencio): inseguridad empapada en ficciones.
(pero eres experta en logística, y yo (en paréntesis) en paréntesis.)
Un "no sé qué decirte" que de lejos me presta otra oportunidad.
Un "no sé qué escuchar" que de cerca me presta tus orejas.
Perfectas.
Tus manos.
Expertas.
(sin mayor explicación, porque el truco de ser adulto, me dijiste, S., es no dar mayor explicación.)
Tu anillo.
Doble sentido.
En tu dedo gordo.
Y las dos veces.
(y el desayuno de salmón que no me terminé y el que no dijeras nada. Quizás a propósito o quizás sin querer, porque, la verdad, S., no me gustó: me gustó más empaparme en el mar y que me prensaras con tus piernas esbeltas, bien formadas, haciéndome besarte y perder eso que me gusta perder: la cordura.)
Parpadea la sal en la locura.
Porque siento que no volveré a verla.
Ni a sentirla.
Qué sentido.
Corrijo dos veces:
(una, por mí; otra, por ti.)
No sé de quién sea la distancia, pero se aleja.
Y (nosotros, nuestro "nosotros", S.) nos acercamos a ella, como esperando a que no suceda nada.
O tal vez es que nunca supe qué esperabas tú.
(una vez te escribí un mensaje preguntándote que si eras cariñosa y me dijiste que te gustaba dar palmadas en la espalda, como en un tono sarcástico que luego-luego entendí.)
A mí las palmadas me gustan en el corazón.
¿Qué esperas?
¿Qué esperarías?
¿Qué esperabas?
Se diluyó la sal.
Y parpadea la piel.
Qué excusa.
Qué exculpa.
Qué extraña.
De quinientos quilómetros de distancia a menos de un milímetro de látex, me (des)hago en tu mar: espuma en tus olas.
A dos manos.
A más.
A doce horas de camino.
Más el camino.
(el otro, el de tocar la puerta equivocada, el de bajar la escalera de caracol en el edificio de enfrente, el de encontrar el número trescientos siete, el de escuchar una risa pelirroja y el de sentir un abrazo cálido de dos días.)
Menos el recuerdo: impreso para siempre en tus dos hermosas manos, que se alejan diciendo hola.
Más-menos.
Más sueño.
(Me quedé dormido junto a ti, S., pero me sentía solo.)
Menos cama.
Más días.
(tus días, S. En un montón de hormonas que los quitan, en el brazo izquierdo un bulto, en Francia, en donde sea. Carajo, no quiero, pero sé por qué.)
Menos noches.
Y lo que se pierde entre nombres y sombras a las tres de la madrugada.
Menos búsqueda, más encuentro.
Heridas que sanan y cierran.
Parpadea la sal en la herida.
La posibilidad de abrir una nueva: tiempo-temor en el vaivén de las olas.
Maletas viejas.
Malteadas, me late, letargo, hot dog.
Y el medio metro de distancia que se divide entre cero para llegar a un infinito indefinido.
Cadencia en cada subida-estallido y malilla en saber que algún día voy a extrañar. No sé cuándo, no sé cuánto: no calculo.
Que sea mañana, porque hoy está para otra cosa.
Razono,
aunque,
qué más da la razón cuando la emoción parte en dos.
Los pies bien fincados en arenas movedizas.
(me gusta, siempre me ha gustado, pisar la arena del mar cuando está húmeda y deja huellas que desaparecen rápido.)
Pídeme lo que quieras: no soy tan listo.
Como quieras: no llego.
Fantasma de apariciones milagrosas, tu finta me engañó en la cadera: apareciste y desapareciste.
Sí-No.
Un-Gusto.
Un-Placer.
Un-Ya-Nos-Vamos.
(no llegaba el taxi que prometió pasar por mí y pedimos otro, y me daba miedo que llegaran los dos al mismo tiempo porque nunca he sabido cómo manejar ese tipo de situaciones. Metáfora de no saber qué hacer si llegaras a mi ciudad al mismo tiempo que mi soledad.)
Un-Casi-Ahogarme (en silencio): inseguridad empapada en ficciones.
(pero eres experta en logística, y yo (en paréntesis) en paréntesis.)
Un "no sé qué decirte" que de lejos me presta otra oportunidad.
Un "no sé qué escuchar" que de cerca me presta tus orejas.
Perfectas.
Tus manos.
Expertas.
(sin mayor explicación, porque el truco de ser adulto, me dijiste, S., es no dar mayor explicación.)
Tu anillo.
Doble sentido.
En tu dedo gordo.
Y las dos veces.
(y el desayuno de salmón que no me terminé y el que no dijeras nada. Quizás a propósito o quizás sin querer, porque, la verdad, S., no me gustó: me gustó más empaparme en el mar y que me prensaras con tus piernas esbeltas, bien formadas, haciéndome besarte y perder eso que me gusta perder: la cordura.)
Parpadea la sal en la locura.
Porque siento que no volveré a verla.
Ni a sentirla.
Qué sentido.
Corrijo dos veces:
(una, por mí; otra, por ti.)
No sé de quién sea la distancia, pero se aleja.
Y (nosotros, nuestro "nosotros", S.) nos acercamos a ella, como esperando a que no suceda nada.
O tal vez es que nunca supe qué esperabas tú.
(una vez te escribí un mensaje preguntándote que si eras cariñosa y me dijiste que te gustaba dar palmadas en la espalda, como en un tono sarcástico que luego-luego entendí.)
A mí las palmadas me gustan en el corazón.
¿Qué esperas?
¿Qué esperarías?
¿Qué esperabas?
Se diluyó la sal.
Y parpadea la piel.
25 de febrero de 2016
Mueve el piso
emoción-chispazo
a través de las manos
actitud curiosa
de atención plena
sensación-distancia
a la izquierda del pecho
con los pies plantados
aunque el piso duela
pensamiento-novedad
que transforma lo interno
observo el impulso
y sólo dejo que sea
a través de las manos
actitud curiosa
de atención plena
sensación-distancia
a la izquierda del pecho
con los pies plantados
aunque el piso duela
pensamiento-novedad
que transforma lo interno
observo el impulso
y sólo dejo que sea
23 de diciembre de 2015
Abierto
Verla sonreír es dejar que la libertad me atrape. Estar cerca es bailar en la arritmia del mundo. Tocarla es saborear un pan dulce y esponjoso.
Hay amores que no se pueden nombrar.
Hay amores que no se pueden nombrar.
16 de noviembre de 2015
Espejismo
Bebo el agua de mi espejismo, sabe amarga. Desafiando la gravedad, subo esperando no bajar, pero siempre bajo.
Me gustaría ser menos esfuerzo y más chispa. Más flujo y menos viscosidad; pero el agua de mi espejismo queda lejos: es un oasis que nunca ocurre.
Y me miento esperando en un hoyo, en medio del desierto. Esperando que el tiempo pase y me regale la bendición de lo que no puede ya ocurrir.
El camino es sinuoso. Y las ilusiones on completas. Llegar sin la necesitad de partir.
Pero no, el camino, cualquiera, implica movimiento, con o sin ayuda.
Llegaremos, aunque sea al prometido espejismo, en donde la ilusiones s renuevan despojando de vitalidad a la realidad.
Me gustaría ser menos esfuerzo y más chispa. Más flujo y menos viscosidad; pero el agua de mi espejismo queda lejos: es un oasis que nunca ocurre.
Y me miento esperando en un hoyo, en medio del desierto. Esperando que el tiempo pase y me regale la bendición de lo que no puede ya ocurrir.
El camino es sinuoso. Y las ilusiones on completas. Llegar sin la necesitad de partir.
Pero no, el camino, cualquiera, implica movimiento, con o sin ayuda.
Llegaremos, aunque sea al prometido espejismo, en donde la ilusiones s renuevan despojando de vitalidad a la realidad.
21 de julio de 2015
Hasta Brooklyn
Amar es más dañino que extrañar.
Te amé.
Blanco multicolor.
Tatuajes estriados que para siempre hablan de las etapas de la idiotez:
Extrañarte.
Te extraño como puedo decir que extraño el sabor dulce cuando despierto de madrugada con ganas de azúcar.
Si me aguanto, pasa.
Como todo pasa también.
No por lo que era sino por lo que pude, pero ya nunca fui.
Se encoge la piel, guardiana del alma.
Se agranda el alma, escondite divino.
Correr y correr.
Escapar de estarse persiguiendo: la serpiente que se come a sí misma porque de los demás está ya harta.
Y porque puede.
¿Qué sabor nuevo encontrará al morderse? Lo que da vida, mata.
Todo tiene algo de remedio en su veneno.
Hasta morir.
Si algo he aprendido del amor, mi amor, es que se acaba.
Es una broma práctica: llega más lejos que cualquier palabra. Y se acaba.
Te extraño a morir.
El extraño calor de tus brazos.
Siempre insuficientes para quien tiene el problema más grande del mundo: cargar consigo mismo.
Ni los brazos más grandes dan para cargar con uno mismo, por eso te pedí que me cargaras.
Qué lejos, Miriam.
Hasta Brooklyn.
Qué lejos de mí. Qué cerca de la madrugada.
Te vuelvo a inventar y me subo a tu memoria.
Incómodo e innecesario.
Azúcar.
Nunca, qué bueno, te hablé de la cubana.
Silencio dulce.
Y lo que daría por escuchar otra vez tu silencio. Ternura.
Azúcar en cantidades industriales. Azúcar tanta que haga daño.
Todo en exceso empalaga, hasta extrañarte.
Esa lucidez de cuando callabas y lo entendías todo. Yo sé que lo entendías todo.
No te quiero olvidar. No podría.
Ya lo he intentado.
Lo lograste, ricura.
Yo, en cambio, no.
Cómo nos fuimos a encontrar.
Iteración de la quietud.
Como la luz cuando deja de entrar por la ventana.
Aquél febrero catorce, ¿te acuerdas?, que nos escapamos.
Persiguiendo el amor.
Porque escapar es perseguir.
Y nos perseguimos hasta perdernos.
Oscuridad de un cuarto sin luz.
Te amé.
Blanco multicolor.
Tatuajes estriados que para siempre hablan de las etapas de la idiotez:
Extrañarte.
Te extraño como puedo decir que extraño el sabor dulce cuando despierto de madrugada con ganas de azúcar.
Si me aguanto, pasa.
Como todo pasa también.
No por lo que era sino por lo que pude, pero ya nunca fui.
Se encoge la piel, guardiana del alma.
Se agranda el alma, escondite divino.
Correr y correr.
Escapar de estarse persiguiendo: la serpiente que se come a sí misma porque de los demás está ya harta.
Y porque puede.
¿Qué sabor nuevo encontrará al morderse? Lo que da vida, mata.
Todo tiene algo de remedio en su veneno.
Hasta morir.
Si algo he aprendido del amor, mi amor, es que se acaba.
Es una broma práctica: llega más lejos que cualquier palabra. Y se acaba.
Te extraño a morir.
El extraño calor de tus brazos.
Siempre insuficientes para quien tiene el problema más grande del mundo: cargar consigo mismo.
Ni los brazos más grandes dan para cargar con uno mismo, por eso te pedí que me cargaras.
Qué lejos, Miriam.
Hasta Brooklyn.
Qué lejos de mí. Qué cerca de la madrugada.
Te vuelvo a inventar y me subo a tu memoria.
Incómodo e innecesario.
Azúcar.
Nunca, qué bueno, te hablé de la cubana.
Silencio dulce.
Y lo que daría por escuchar otra vez tu silencio. Ternura.
Azúcar en cantidades industriales. Azúcar tanta que haga daño.
Todo en exceso empalaga, hasta extrañarte.
Esa lucidez de cuando callabas y lo entendías todo. Yo sé que lo entendías todo.
No te quiero olvidar. No podría.
Ya lo he intentado.
Lo lograste, ricura.
Yo, en cambio, no.
Cómo nos fuimos a encontrar.
Iteración de la quietud.
Como la luz cuando deja de entrar por la ventana.
Aquél febrero catorce, ¿te acuerdas?, que nos escapamos.
Persiguiendo el amor.
Porque escapar es perseguir.
Y nos perseguimos hasta perdernos.
Oscuridad de un cuarto sin luz.
3 de mayo de 2015
Punción
La burbuja del deseo lleva siempre contenidos misteriosos.
No se toca.
A punto, es sentir muy de cerca la más real de las fantasías.
Es la respiración que se escucha entre dos que usan la boca para hablar un lenguaje infinito sin decirse nada.
Es la mirada que se pasma entre dos que a propósito se vuelven ciegos un instante que dura todo el tiempo.
Es el juego de dos que se tocan y tocarse es tocarlo y tocarlo es punzarlo.
Es el deseo de descubrir de qué está hecho el deseo.
No se toca: para qué averiguar.
A veces de carne, a veces de agua, a veces de nada.
No se toca.
A punto, es sentir muy de cerca la más real de las fantasías.
Es la respiración que se escucha entre dos que usan la boca para hablar un lenguaje infinito sin decirse nada.
Es la mirada que se pasma entre dos que a propósito se vuelven ciegos un instante que dura todo el tiempo.
Es el juego de dos que se tocan y tocarse es tocarlo y tocarlo es punzarlo.
Es el deseo de descubrir de qué está hecho el deseo.
No se toca: para qué averiguar.
A veces de carne, a veces de agua, a veces de nada.
13 de abril de 2015
Límite de velocidad
Salí a ver hasta dónde llegaba el límite de mi pasado. Si todavía pesaba. Si
aún su nombre era estorboso.
Dispuesto a averiguar si lo derivado del primer evento trágico seguía manifestándose en cada nuevo segundo, entendí que un límite es la instancia en donde algo, cuando llega, se convierte en algo más.
La frontera de lo indefinido. La exactitud de lo inespecífico.
El presente sólo tiene dos límites. Lo trágico quedaba atrás y un nuevo dulce llegaba en sus labios.
Olvidándome por un instante de mi memoria, subí viejos peldaños para dejar la escalera y pisar por primera vez una nube hecha de palabras esponjosas, caricias húmedas y besos eléctricos hasta que el límite de velocidad me dejó con ganas de más.
Porque el tiempo se mide en eventos.
Sentir sus manos pasar por la espalda de lo que se va y convertirlo en la cara de lo que llega. Bailar, de nuevo, por primera vez. Buscar el día siguiente y no el anterior. Sacudirse la lluvia y trascenderla.
Los breves chispazos de eternidad que dan forma al amor son límites invisibles que transforman el miedo a caer en ganas de seguir subiendo.
Dispuesto a averiguar si lo derivado del primer evento trágico seguía manifestándose en cada nuevo segundo, entendí que un límite es la instancia en donde algo, cuando llega, se convierte en algo más.
La frontera de lo indefinido. La exactitud de lo inespecífico.
El presente sólo tiene dos límites. Lo trágico quedaba atrás y un nuevo dulce llegaba en sus labios.
Olvidándome por un instante de mi memoria, subí viejos peldaños para dejar la escalera y pisar por primera vez una nube hecha de palabras esponjosas, caricias húmedas y besos eléctricos hasta que el límite de velocidad me dejó con ganas de más.
Porque el tiempo se mide en eventos.
Sentir sus manos pasar por la espalda de lo que se va y convertirlo en la cara de lo que llega. Bailar, de nuevo, por primera vez. Buscar el día siguiente y no el anterior. Sacudirse la lluvia y trascenderla.
Los breves chispazos de eternidad que dan forma al amor son límites invisibles que transforman el miedo a caer en ganas de seguir subiendo.
4 de abril de 2015
Salmón
Cae, saludable, la tarde y en un botecito de atún cabe una ilusión que me hace sentir hormigas en el corazón.
Se lo termina y queda vacío.
Mira hacia otro lado, no parece interesarle mucho lo poco que ofrezco: meses de una recuperación que, tras cuatro saltos mortales, parece imposible. Ahí ha estado casi todo el tiempo. La veo y me ganan las ganas de mirar hacia otro lado también. El secreto me lo callo esta vez; no vaya a ser que hable de más y le dé algún motivo para desmotivarme.
Después de tocarle la mano siento hormigas que se diluyen a once pasos de distancia: quedamos muy lejos. Como salmón cuesta arriba, se resbala de mi corriente. Busco entender cómo, viajando en otra dirección, su esencia me nada tanto y tan profundo.
Desvío el tino y espero. Bajo quieto la escalera y una cómplice me sigue junto con la posibilidad de pensar, por fin, en alguien más. Pero el encuentro me hace perder las formas y me deja dudosamente satisfecho: pienso en ella todo el tiempo.
Subo sudado y volteo al piso, no sea que le importe.
La miro después, no sea que le deje de importar.
Su mirada promete una ausencia que duele: no es la distancia, es la corriente.
Tras mucho atender al celular, se despide conforme el sol se mete; un océano de indiferencia barre con todas mis expectativas.
Sin ella me siento seco. Por eso mojo y mojo una sed insaciable en lagunas ajenas. Me pierdo en la idea de que sólo su mar me llenaría.
Como los años se miden con agua, zarpo sin mirar el reloj: hoy no es el día.
Se lo termina y queda vacío.
Mira hacia otro lado, no parece interesarle mucho lo poco que ofrezco: meses de una recuperación que, tras cuatro saltos mortales, parece imposible. Ahí ha estado casi todo el tiempo. La veo y me ganan las ganas de mirar hacia otro lado también. El secreto me lo callo esta vez; no vaya a ser que hable de más y le dé algún motivo para desmotivarme.
Después de tocarle la mano siento hormigas que se diluyen a once pasos de distancia: quedamos muy lejos. Como salmón cuesta arriba, se resbala de mi corriente. Busco entender cómo, viajando en otra dirección, su esencia me nada tanto y tan profundo.
Desvío el tino y espero. Bajo quieto la escalera y una cómplice me sigue junto con la posibilidad de pensar, por fin, en alguien más. Pero el encuentro me hace perder las formas y me deja dudosamente satisfecho: pienso en ella todo el tiempo.
Subo sudado y volteo al piso, no sea que le importe.
La miro después, no sea que le deje de importar.
Su mirada promete una ausencia que duele: no es la distancia, es la corriente.
Tras mucho atender al celular, se despide conforme el sol se mete; un océano de indiferencia barre con todas mis expectativas.
Sin ella me siento seco. Por eso mojo y mojo una sed insaciable en lagunas ajenas. Me pierdo en la idea de que sólo su mar me llenaría.
Como los años se miden con agua, zarpo sin mirar el reloj: hoy no es el día.
20 de marzo de 2015
Sobre mi sábana
Tras nueve meses en convalecencia, cambié mis días por los tuyos. Algunas curaciones exigen sangre.
En un encuentro, el fantasma de su ausencia se desvaneció, optando por dejar una mancha en la sábana que, como magia, también se desvanacería.
Qué más daba la duración. Imposible pensar en el tiempo cuando llegaba el día de adelantar el mañana.
Intercambios cortos de miradas mientras el calor me daba un pretexto para volver a confundirme y aceptar que la sobreinterpretación regala pretextos para inventar metáforas de albercas llenas y vacías: cuando hace mucho mucho calor, lo más sensato es meterse a nadar; si no hay suficiente agua, el dolor posterior al salto permite llenar las cosas con agua salada.
A la distancia, una espuma misteriosa me recordó que el anquilosamiento era cosa de la imaginación; que, con suficiente imaginación, todo tiene remedio.
Y sí, algunas curaciones, recordé, exigen sangre. Retornos cíclicos.
¿A dónde me llevaría este nuevo baile horizontal?
Con la ventaja de quien espera poco para llegar a una meta indefinida, la invité a salir para entrar. Sin pensar demasiado, dijo que sí.
Reanudé mis instintos más solitarios en el confinamiento que me regaló su tranquilidad.
Me quedé a la mitad: leí un gesto misterioso, algo así como que quería más y no supo cómo pedírmelo.
Tampoco supe cómo seguir.
En un encuentro, el fantasma de su ausencia se desvaneció, optando por dejar una mancha en la sábana que, como magia, también se desvanacería.
Qué más daba la duración. Imposible pensar en el tiempo cuando llegaba el día de adelantar el mañana.
Intercambios cortos de miradas mientras el calor me daba un pretexto para volver a confundirme y aceptar que la sobreinterpretación regala pretextos para inventar metáforas de albercas llenas y vacías: cuando hace mucho mucho calor, lo más sensato es meterse a nadar; si no hay suficiente agua, el dolor posterior al salto permite llenar las cosas con agua salada.
A la distancia, una espuma misteriosa me recordó que el anquilosamiento era cosa de la imaginación; que, con suficiente imaginación, todo tiene remedio.
Y sí, algunas curaciones, recordé, exigen sangre. Retornos cíclicos.
¿A dónde me llevaría este nuevo baile horizontal?
Con la ventaja de quien espera poco para llegar a una meta indefinida, la invité a salir para entrar. Sin pensar demasiado, dijo que sí.
Reanudé mis instintos más solitarios en el confinamiento que me regaló su tranquilidad.
Me quedé a la mitad: leí un gesto misterioso, algo así como que quería más y no supo cómo pedírmelo.
Tampoco supe cómo seguir.
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