Me aferré a la ilusión de pensarte encima de mí todo el tiempo.
También a esa misma realidad.
Jessica bendita: me perdí en tu intensidad.
Me agarraste volando en fuego. En juego.
Me agarraste sin siquiera tantita realidad.
Me acuerdo cuando se me rompió el cajón un día que tenía mis pregabalinas guardadas para cualquier emergencia. Y la emergencia ocurrió cuando me las tomé todas y me tatué la cara. Pensando en ti.
El tatuaje ya nunca se borró.
El tatuaje ya se terminó.
Y puede que lo borre mañana.
(Pero ya nunca se borró.)
Te me quedaste tatuada en tus costillas, Jessica. Te me quedé tatuado en la cara.
Pues saliste cara.
No quisiste ver: ¿para qué?
Ve ahora, invisible: me contagiaste la estructura de la soledad. Tu pusiste la estructura, juntos pusimos la soledad.
Me despido sin verte: casi nunca te pude ver (te veía solo cuando desaparecías). Me contradecías. Me desaparecías. Me insistías.
Me perdí.
Rompí el cajón de las pastillas. Migré dos veces escapando de ti. Me encontré perdiendo mi estabilidad.
Escapé.
Escapé.
Escapé.
Dice mi oráculo que soy fénix. Pero fue demasiado fuego y demasiada ceniza.
Hoy, pluma en mano, vuelo poquito, y ya no te encuentro en mi verdad.