27 de septiembre de 2011

Volví a sentir el gol

Pateé el balón con la punta. El árbitro había marcado fuera de lugar, así que le dije a mis compañeros que salieran, que yo lo pateaba.
Perdíamos uno a cero durante el primer tiempo hasta que nuestro delantero estrella marcó el primer gol a nuestro favor. Entonces empatábamos a uno. Y yo que creía que ya no podía sentir los goles, la esencia del futbol. Y como no teníamos cambios, el partido se empezó a ver gris. Sin cambios, ¿cómo lo íbamos a sacar? Gritando, pensé. Y así grité y gritamos para sacar el partido. Luego vino una lesión que nos dejó con diez y después una expulsión que nos dejó con nueve. Mientras tanto, el marcador seguía empatado. Por eso no dejé de gritar.
El futbol, sin embargo, se gana no sólo con gritos de apoyo y con buenas intenciones, también hay que patear el balón y hacer que termine en las redes del rival. El rival lo quería poner en las nuestras. Éramos menos y eso nos hizo más.
En uno de esos intentos del rival, el árbitro marcó fuera de lugar, y le dije a mis compañeros que yo lo patearía. Puse el balón en el piso y lo mandé a la otra mitad del campo. Ahí, uno de nuestros medios se lo dio con la cabeza a nuestro delantero estrella, quien anotó el dos a uno definitivo. Fue así que, tras la ausencia prolongada, volví a sentir un gol.
Tras la nube, tras el olvido, tras la desesperanza, seguimos gritando y pateando y apoyando. Seguir luchando para poder gritarlo: ¡gol!

6 de septiembre de 2011

Lo que perdí

Lo que perdí no lo perdí por ti. Acaso en tu compañía he ganado. Necesito reconocer una absurda necesidad: buscar la mejor forma de lastimarme. No, no fuiste tú quien me hizo estas heridas.
Sangré de noche para no hacer mucho escándalo; lo malo fue que al día siguiente las manchas se hicieron evidentes, no supe cómo ocultarlas. Después vinieron las cicatrices y los lamentos. Y no, no fue tu culpa.
Ahora que estamos solos, rendidos y en calma, necesito recordar de dónde es que viene la manía, la poesía, tu un beso, tus diez dedos, mi nada, tu todo. Porque ahora reflexiono sobre lo que perdí. ¿Por qué fue que le aposté todo a un sueño inexorable? Lo olvidé al despertar.
Y tu aliento lo hacía todo más húmedo y sensible. Por eso te respiré. Lo que perdí ya se fue y quizás nunca más regrese. Tengo que ver ahora qué es lo que me queda.
Y así, siempre, dentro de todo lo que se puede perder, olvidar, deshacer y romper, lo que me queda, lo que disfruto, lo que hace que ya no todo el tiempo duela, eres tú.
Lo que perdí para encontrarte. Sin dejar de buscarme, lo que encontré.