29 de abril de 2011

Prestigio

Una droga es algo ajeno a un organismo que, al ser introducido en el mismo, genera un periodo corto de placer y uno largo de dolor. Como el placer viene primero, los organismos que gustan de utilizar las drogas con frecuencia, llegados a un punto de mala costumbre, comienzan a utilizarlas para evitar el dolor que ellas mismas les producen. En otras palabras, una droga es una serpiente envenenada que busca con avidez comerse la propia cola hasta llegar a la cabeza.
De todas las drogas inventadas por la humanidad, el prestigio es la más costosa, la más buscada y la más peligrosa. Su mecanismo es simple y es, a la vez, atroz. Consiste en acumular, mediante esfuerzos desmedidos (ya físicos o intelectuales), un bien material (dinero, por ejemplo) o inmaterial (conocimiento, por ejemplo) hasta el punto en que sea posible demostrar que el esfuerzo que se ha dedicado supera en cantidad y/o en calidad al esfuerzo de los demás. Una vez que esto ha ocurrido, se trata, simplemente, de ser reconocido en esta demostración y de erigir una torre de aire caliente con el aliento que el reconocimiento social genera.
Ocurre que los seres humanos, al darnos cuenta —o al nunca preguntárnoslo— de que hemos llegado a un lugar bastante árido y sin utilidad, dotamos de sentido nuestra existencia, fundamentalmente, a partir de la convivencia con los demás. Es un razonamiento simple que dice, palabras más, palabras menos: si me lleva la desolación, al menos que me lleve acompañado. Como el prestigio es una droga social, su potencial adictivo es por demás aprisionante. No tiene otra finalidad que la constante comparación con los demás y la auto afirmación que ver a las personas que tienen menos de eso que decidimos acumular indefinidamente genera. Eso es lo que nos eleva en una torre de aire caliente, y nos gusta hasta que volteamos hacia arriba y vemos que hay gente auto afirmándose a partir de nuestra pobre acumulación de algo más.
Así, al encontrarnos acompañados en una vida llena de gente, buscamos lo que hacen los demás, siempre que esta o estas acciones generen algún eco relevante, y nos dedicamos a acumular lo que sea que se nos haya ocurrido acumular con la finalidad de llenar un vacío infinito. Siempre que haya prestigio alrededor de lo que hacemos, el viaje será más cómodo, mientras tengamos la entereza de no mirar hacia otro lado. El problema del prestigio, sin embargo, es que, entre más alto nos haya llevado nuestra torre de aire caliente, más fácil será voltear a ver las demás.

24 de abril de 2011

Gritos

Grité. Así. No necesito decir mucho más: ya grité. Desde adentro, con fuerza controladamente desmedida, lo hice, grité. Precedido de un nudo interno que difícilmente, pero que en ocasiones sí, cede, abrí por fin la boca y saqué lo que todavía se atora. Pero pude gritar.
Haz de cuenta —le digo a quien fue capaz de contenerme— que vi que no podía más con tus paredes —me hablo a mí, en realidad— y las quise saltar. Haz de cuenta —me hablo desde adentro— que no quería lastimarme y salté. No sabía, por eso salté.
Qué golpe. En verdad, lo digo sin ánimo de exagerar; tampoco guardo ninguna intención implícita de querer desbordarme, sobresalirme ni exaltarme, pero, en verdad, qué golpe me di.
Creerás —sigo adentro— que fue el filo del pie lo que chocó contra la barda. No. O que fue la rodilla, ya en un salto menos hábil. Tampoco. Me estrellé de lleno contra el pecho. Y me dolió tanto el corazón que tuve que preguntarle si quería seguir latiendo. Tímido, incrédulo —poco le dirijo mi atención—, me dijo que sí, pero que, para hacerlo, necesitaba un camino libre, sin murallas; sin golpes, sobre todo.
Y entonces —ten precauciones, corazón— se lo doy.
Así, tan fugaz, tan breve, tan yo, grité. Desde adentro, sin poder —queriendo pero sin poder— decir mucho más. Grité, corazón, grité.

12 de abril de 2011

El fantasma

Paso por aquí para saludar a un fantasma. Y de paso quiero intentar despedirme de él, que no se irá, pues es un fantasma.
Me traiciona una dolorosa brevedad. Se esconde. Me traiciona tanto porque no me dice en dónde se esconde, ni por qué. Y, junto a ella, el fantasma. Sí, ése al que quiero saludar, el mismo del que me quiero despedir.
¡Te quiero conocer, fantasma! Pero nada. ¡Fantasma! Y parece que asoma con timidez la cabeza, pero nada. Los fantasmas carecen de cabeza y de pies, fantasma. Me traiciona tu invisible presencia.
Fantasma. Me traiciona la brevedad de tu propio y atroz fantasma, fantasma.

8 de abril de 2011

Ser

Si dices porque los demás dicen o porque se te antoja.
Si haces porque los demás hacen o porque te produce placer.
Si comes porque los demás comen o porque quieres probar.
Si callas porque los demás callan o porque te quedaste sin palabras.
Si evitas porque los demás evitan o porque te produce dolor.
Si lloras porque los demás lloran o porque no te pudiste contener.
Si miras porque los demás miran o porque te ganó la curiosidad.
Si eres porque los demás son o porque se te dio la gana existir.
Ser, en todo caso. Ser porque quieres; por el placer que te produce; por probar; porque ya no hay palabras; porque te duele; porque no lo pudiste evitar. Ser por ser curioso, ser por ser y ya. Ser; explotar; embeber; destejer y tejer.
Ser, hacer y deshacer. Ser para siempre un ratito.
Porque viste a los demás y quisiste seguirlos; o porque los viste y no quisiste ser como ellos, pero igual quisiste ser.
Ser, a fin de cuentas. Porque un día te levantaste con un excelente humor y pensaste: "Hoy, por qué no; hoy, carajo; hoy, desde luego; hoy, qué mejor; hoy, sin preguntas; hoy, solamente; hoy, simplemente; hoy, decididamente; hoy, como por accidente; hoy, porque tal vez mañana sea diferente; hoy voy a ser."

3 de abril de 2011

Conociéndome

Ahora que creo conocerme todo, un gusano se acerca a mi oído y susurra cosas ininteligibles. Al no entender qué dice, intento interpretar el simple hecho de que un pequeño gusano esté hablándome. Él tampoco me entendería, pienso.
Quizás quiera decirme que no es posible conocer todo de nada, ni siquiera de uno mismo. Porque, al encontrarme estacionado (probablemente por más tiempo del que jamás esperé estar estacionado) miro para atrás y recuerdo cómo era mi conciencia cuando niño; cómo era después de eso; cómo es ahora. Y pienso, en el presente que avanza inexorable, que en este momento estoy completo; pienso que me conozco en un nivel cercano a la perfección.
Entonces llega el gusano y me dice (ahora lo entiendo): "Cualquier momento pasado ha pasado por la máquina interpretativa a la que llamas presente. Y si miras el pasado como algo incompleto, te engañas al creer que este momento es distinto. Ya avanzarás, ya te volverás a mover, ya llegarás a un futuro que se convierta en pasado, y nunca, mientras lo sigas intentado, dejarás de conocerte".
"Gusano malicioso", le digo. Y no sé, pero me gustaría creer que él también me entiende.

2 de abril de 2011

Trampa

Quién no ha sentido ganas de hacer trampa. De no hacer nada haciendo trampa. De mandar lo recto al recto y torcer lo cierto.
Porque hacer trampa no es otra cosa que reunir el valor suficiente para engañarse a uno mismo y transmitir la emoción que el éxito así obtenido produce. Transmitir una mentira dichosa, extraordinariamente contada, escurridiza y, desde luego, efímera.
Porque la trampa de la trampa es que se come solita. Se anula.
Una comunidad tan insólita que, cuanto más crece, más desaparece.