28 de marzo de 2010

Antes de que te vayas

Antes de que te vayas quiero decirte, aunque ya lo sepas, que te quiero. Antes de que te vayas quiero decirte que me cuesta trabajo, pero que sé que estarás en un mejor lugar. Antes de que te vayas quiero agradecerte por todo lo que me diste y me seguirás dando: tu cariño, tu sabiduría disfrazada de ingenuidad, tu eterno apoyo.
A últimas fechas, creo que he dejado de ser una persona de muchas palabras, pero de cualquier manera quiero aprovechar para despedirme. Son pocas las cosas que atesoraré tanto en eso que nos conforma como seres humanos —los recuerdos— como tu sonrisa y tu gran humor.
Todos, en fin, difícilmente sólo yo, te recordaremos por eso que siempre le diste al mundo: alegría.
De Tom para la Agüela.

17 de marzo de 2010

A medias

Y entonces quizás lo deje. El vaso está justo a la mitad; por azar, seguramente, pero ahí está, así está, y casi siento que me mira.
Un trago más y seré cómplice de una actitud negativa —el vaso medio vacío (ya más vacío que eso)—, un trago menos y podría haber sido cómplice de una actitud positiva —el vaso medio lleno (entonces más lleno que esto, entonces menos vacío)—.
Pero las circunstancias ahora me orillan a reflexionar mientras el vaso medio a la mitad me mira y me pregunta qué haré a continuación. ¿Qué actitud he de tomar? ¿He de tomar? Al reflexionar sobre el pasado siempre queda la boca llena de "hubieras"; al hacerlo sobre el futuro, llena de "podrías". Mientras el vaso me mira, sé que si hubiera tomado podría decir cualquier cosa; pero no, no digo nada.
Otro trago, ya en el pasado, me dice que el futuro sólo me puede deparar un vaso vacío. Todavía puedo decidir si eso quiere decir algo o si sólo estoy ya (medio) borracho.




Observar (pero con los ojos cerrados)

Me parece que es la tendencia natural de los seres humanos a desconfiar de lo que dicen los demás. Algunos son demasiado crédulos, cómo negarlo; pero la mayoría duda. Y qué bueno, que duden; pero si dudar de manera habitual lleva a la ociosa práctica de negar antes de conocer, entonces mejor que sean crédulos, yo digo.
Es bastante simple, lo que vi mientras cerraba los ojos (o lo que me pregunté mientras lo veía). ¿Por qué dudar de la capacidad de imaginar? Pues porque nadie puede ver la imaginación de nadie. Pero todos pueden ver la propia. Creemos ciegamente en lo que podemos observar porque los demás también lo observan, pero, sobre todo, creemos ciegamente porque los demás dicen que también lo observan. Así, ojos abiertos o cerrados, podemos todos ver la imaginación, el pensamiento o las emociones no expresadas, mientras seamos capaces de decirlo, aunque no todos nos vean diciéndolo, aunque algunos sólo nos escuchen, aunque algunos sólo nos lean.





11 de marzo de 2010

Ello y yo

No estoy vacío, pero igual no siento nada. Casi nada —casi—. Nada, al final —nada—.
"Pero si el ello soy yo, doctor", le diría; no soy psicoanalista, pero eso le diría.
Ello, lejano, distante, probablemente ajeno; inherentemente mío, intrínsecamente yo, esencialmente yo.
Era
yo, el ello era yo: extraño —y lo extraño—.




3 de marzo de 2010

Leer

Leer, con el trabajo que me cuesta. Eso sí, cuando lo logro me encanta; el problema es que no lo hago con la frecuencia que me gustaría.
Pedí unos libros por Internet y llegaron más rápido de lo que esperé. Mientras, sin pensar en que pudieran llegar tan rápido, leía otro libro cualquiera. Bueno, pues llegaron y yo no terminaba aún el libro que había empezado. Pensé en una magnífica solución: no abriría la caja de los libros recién llegados hasta no terminar el libro que leía. Luego pensé en que esa caja podría ser la caja de la lectura, una infinita fuente motivacional para leer todos los libros que quisiera con la promesa permanente de que, al acabarlos, podría al fin abrirla. Me pregunté, cuando por fin terminé el libro que me permitiría abrir el ansiado paquete, qué pasaría si la caja estuviera vacía.
Me parece ahora fantástico el poder que un pedazo de cartón puede tener sobre nuestros pensamientos y nuestras acciones cuando se desconoce lo que hay en el interior.
En ocasiones creo que la vida se resume en eso, en un pedazo de cartón cerrado que por dentro puede estar vacío. Pero haremos y pensaremos —quizás hasta leeremos— todo lo que sea necesario para descubrir su interior.
Cuando por fin la abrí, encontré otra caja adentro. Todavía no he decidido cómo abrirla.





1 de marzo de 2010

Monstruos

Ambos habitaban el mismo lugar, pero siempre prefirieron ignorarse, cada quién por su lado.
Cuando por fin, por coincidencia, por azar o por decisión —nunca lo sabremos, mientras se mantenga el hermetismo—, los dos monstruos se encararon, sintieron miedo, por decir lo menos.
Miedo, ante la posibilidad de, por fin, conocerse; miedo, ante la presencia de un monstruo (¿sabrían, antes de este fundamental evento, que siempre estuvieron en la presencia de uno?); miedo, ante lo que pudiera ocurrir, ante lo desconocido, y miedo, sobre todo, ante la posibilidad de que la oportunidad no se repitiera jamás.
Así, con desconocimiento absoluto, quizás con suerte, quizás sin ella, dos monstruos se miraron fijamente a los ojos. Todavía se escucha el eco de dos carcajadas monstruosas, y cuesta trabajo creer que eso haya sido todo.
Algo ocurrió que nunca sabremos, pues ya no se han visto monstruos en ese lugar (tal vez todavía se vean).