30 de diciembre de 2016

Uno

Salí de bañarme y sonó el teléfono, pero nadie contestó. Hablaban para amenazar: sabían dónde vivíamos y querían dinero; mi cabeza, sin embargo, ya estaba en otro lado: yo lo que quería era conocerte; mi cabeza estaba contigo, Clau. Se me borró así el miedo, pues encontré un pretexto para estresarme por otra razón y salir.
Me gusta llegar en punto.
Supe después (me dijiste) que estabas nerviosa. Así desaparecieron las amenazas. Llegamos ahí y, retando las expectativas, dimos la cara.
Qué pinche bonita estás, pensé. Incluso te dije que me gustabas, vieja costumbre.
Fluyó, con ex parejas de por medio y todo, fluyó. Peldaños de escaleras conducentes a ese momento, fluyó.
Cerveza, mezcal y viejas costumbres.
Día uno. Salida uno. Cita uno. Y, aunque estaba permitido hablar de lo que fuera, tuve que levantarme cuando te escuché decir de más. Sensible, notaste que algo no me gustó: preguntaste, contesté: ¿qué me importaba saber lo increíble de ese encuentro pasado? Hablamos de otra cosa entonces, y recordé el miedo que me da enamorarme.
Porque me gustas. ¿Te lo dije?
Sin referentes. Cada momento es distinto; cada encuentro, cada salida, cada posibilidad infinita en esa mirada cercana.
Si cuento el uno, es porque habrá dos, Clau. Porque hubo cero, también, aunque no lo recuerde; ofrecerte vivir juntos (viejas costumbres) y tener hijos y todas esas cosas que definen mi intensidad.
Subidos ya en el coche, de regreso, luego de horas que se fueron entre anécdotas descalabrantes, contactos tímidos de ganas de más y la sensatez de ir lento, te toqué la oreja y supe que habías renunciado a ser duende (sin éxito). Luego la mano. Luego el aire. ¿Sentiste?
Hay ritmos indescifrables que anuncian cambios de tiempo. Inicios en el final y cosquillas en el estómago. No me importaba la talla de tu mano, ¿ a ti sí? Importaba la piel.
Llegamos y te abracé cuando lo que correspondía era besarnos. Pero, dices (y te creo), hay que ir lento. ¿Qué sería del uno sin dos?
Mientras tanto, espero con ansia a que suene el teléfono y recuerdo como nunca con tanta claridad lo mal que me pone enamorarme. Lo bien que se siente. Lo lejos que está ese final que puede llegar en cualquier momento cuando un intercambio de deseos dictamina el inicio del juego.
Día uno: llegamos.

27 de octubre de 2016

Flor

Flor ilumina el lugar a las siete cuarenta y cinco de la mañana. Su luz, que trasciende esa sonrisa genuina y dispuesta, me ubica: estoy en el lugar correcto, por más que los fantasmas del deber y la obligación se cuelen por las costillas al corazón y me hagan dudar.
Así, aunque me suden las manos, aunque tenga que fumar tres o cuatro cigarros con el estómago vacío, aunque la música de la radio no toque todas las fibras por ser tan temprano, aunque tenga que recorrer a conciencia el dolor de la invención de un hábito nuevo y benéfico (crecer), abro la puerta: Flor está ahí.
Para ella, la realidad del mundo se construye con palabras. Yo he aprendido a escuchar su silencio, que muchas veces dice más. A través de la mirada me comunica que está bien, que, aunque el camino sea incierto, hay que recorrerlo y averiguar por qué. Por eso, quizás, sus preguntas son tan precisas: alimenta con dudas el espacio invisible que rodea a la certidumbre.
Flor dice que, si lo piensas bien, todos vivimos en un monólogo constante; que las cosas que decimos, cuando hablamos, las decimos para nosotros mismos; que las cosas que hacemos, cuando actuamos, las hacemos para nosotros mismos. No sé qué piense de lo que se comunica sin palabras, no se lo he preguntado. Del reflejo en dos miradas. De los vínculos sin nombre.
Mi idea de Flor (tejido de admiración, realidad, belleza y fantasía) ha sido el combustible para seguir trabajando. Me ha impulsado a tomar de la mano a mis monstruos y caminar con ellos. Mi idea de Flor me dice que vale la pena el esfuerzo, que el recorrido es mucho más importante que la llegada. Me levanta todas las mañanas y me hace salir de la cama y creer que puedo estar preparado para lo que venga, a pesar de las dudas y del miedo; sobre todo, gracias a las dudas y al miedo. Me ha ayudado a entender que mi vulnerabilidad es mi mayor fortaleza.
Flor es amante de la vida: su risa la delata. Está comprometida con su palabra y con lo que ésta llegue a tocar. No enseña: contagia. Sabe que "saber" viene de sabor, y lo disfruta.
Por eso llego temprano, abro la puerta, la veo y sonrío también. Descubro entonces que no es sólo la presencia de Flor en ese lugar lo que me da luz, es también la mía.

2 de agosto de 2016

Diez años

Nos gusta imaginarnos que nos conocimos a los diez años. Que nos gustábamos entonces como nos gustamos ahora. ¿Es posible que alguna vez nos hayamos gustado como nos gustamos ahora?
Su foto hace ruido, sin embargo. No sé si en la imaginación o en la realidad,
en el latido o en la memoria,
pero la reconozco.
Nos reconocemos:
Algo en la mirada.
la sonrisa.
el tiempo.
Porque son diez años si no fue a los diez, igual.
Y la velocidad de los años nunca es lineal.
Siempre hay espacios, pautas, ritmos.
Pasaron diez años para encontrarnos sin dejar de vernos.
A veces con la mirada, con las manos,
con el recuerdo.
Tener lo que más quieres hace posible perder lo que más quieres
--encontrarnos sin tenernos, sin perdernos.
Hacernos,
en el otro,
algo más.

25 de junio de 2016

Volverte a ver

Recordaré la noche en que volví a ver chispas en un cuarto oscuro.
Cuatro tragos de mezcal, chava, más la cerveza que ayudara a bajarlo, y los saltos de chapulín que da el corazón cuando la sangre irriga ahí, directo, en vez de distraerse en otras partes.
Recordaré caminar en la calle y sentir el pasado. La posibilidad infinita del dolor que permanece sólo el tiempo necesario, y luego se va.
Cuatro meses (podrían ser más, podrían ser menos) de corazón-trizas cuando el tiempo se mide en latidos. Por eso no me pasó el tiempo hasta que me pediste que me fuera.
Sonaba lo que quería escuchar, y, hablando de rompimientos, un vaso estrelló la noche y alejó tus labios, recuerdo vago.
Tu cuello, estirado.
Y las ganas de estar afuera, sintiendo el aire, sola.
"¿Qué pasa por tu cabeza?", me preguntaste, subida en una nube rosa invisible. Los chispazos luciernágicos acomodaron mi sorpresa en silencio (oscuras conclusiones incomunicables).
De lejos, el tiempo pidió tregua para convertirse en más latidos.
Personalidad dinámica de novedades repetitivas en tu mirada.
El pasado cobró en gestos la posibilidad de no sentir nada por querer sentir de más, y, como quien aprende a jugar un juego dividido en dos tiempos, saboreé un salto imposible.
Tipo chapulín, sabor limón.
Tipo no volverte a ver, olor verde.
Tipo regresar, pero a otro lugar.
La esencia de la felicidad es el momento del recuerdo-chispazo de eso que no se repite, más que en la memoria.
Y fui feliz por el tiempo que haya durado ese lapso sin tiempo, sin referentes y sin planes.
Superar la expectativa de tu mirada a través de dos besos imposibles.
Si no te vuelvo a ver, no importa, porque así es el placer: viene y va en olas discretas (que parecen iguales sin ser nunca las mismas) de ciclos que mojan siempre la arena con su sed insaciable de más.
Y es que hay sed que sólo se sacia dejando de beber.
¿Cuál era la tuya?
Tu sed sólo fue tu falta de sed.

2 de mayo de 2016

Sueños

Cumplimos, cada quién por su lado, nuestros sueños
Tú te fuiste lejos, volando, para no regresar.
Yo conseguí un trabajo.
Y si volvieras sería igual, el regreso no siempre es cuestión de espacios.
La ida tampoco.
Me amarré al asiento y pedaleé kilómetros, como cuando soñé con ser triatleta. Tú te amarraste a la niñez, y maduraste sin envejecer nunca.
Yo, en cambio, envejecí sin madurar. Cumplí 29 años-perro en sólo cuatro vueltas al sol y comprendí que, a veces, es más bonito extrañar.
No sé en dónde ni con quién estés ahora.
Y tú tampoco sabes nada de mí.
Pero también me extrañas, lo sé, a tu manera.
Porque el sueño principal, ése en el que me convertía en árbol y tú te guarecías en mi sombra, se volvió realidad.
Árbol de verde discreto y ramas alternas.
Sombra de cuidados sin exigencias y la libertad de alejarnos por el bien de los dos.
El agua a través de tus dedos tomó un sabor nuevo.
Luego una burbuja me recordó a ti (como todos los días, cuando por respeto te recuerdo con cariño, y ya no te lo digo más) y me dijo que es posible añorar sin perderse por completo.
El sueño, pues, era complementarnos. Subir, como en escalera. Vernos crecer.
Y cada quién lo logró, sin reparar, dado el paso del tiempo, en qué sentiría el otro.
Pero supimos comunicarnos, en silencio, que está bien.

30 de marzo de 2016

Andrea

Quizás buscaba a Gabriela en tus ojos cafés, en tu sonrisa torcida, en tus sueños inyectables y contagiosos. Pero ya pasaron más de cuatro años, y mirar hacia atrás mientras se va hacia adelante (no es posible otra cosa que ir hacia adelante), sólo promete tropezar.
Buscaba algo perfecto cuando lo que me ofreciste fue adecuado. Tonto, porque lo perfecto es enemigo de la realidad; y lo adecuado es lo que la construye. La oportunidad se encuentra en los espacios en común, Andrea.
Lejos, cuándo no, como esa idea de compartir una vida tras sólo un par de encuentros. Sucede que la intensidad en que nadamos --alberca favorita-- nos aventó por un tobogán con marcada intolerancia al sobrepeso: se rompió.
Pienso en el arte japonés de reparar jarrones con oro o plata. ¿Valdría la pena? ¿De dónde sacaríamos el metal? ¿En dónde están esos pedazos fragmentados? Está en nosotros, Andrea.
Magia, Andrea. En la posibilidad de ponerte un sobrenombre preciso en menos de dos días (te lo robé). Te extraño: extraño lo extraño: miro hacia atrás: camino: no puedo evitarlo: ¿qué buscamos ahora?: la felicidad que se comparte.
Felicidad, Andrea. En chispazos. Los faroles se queman pronto. Las luciérnagas saben administrar el brillo porque no es posible hacer tantas cosas a la vez, volar y brillar. Silencio. Brillar y volar. Luz.
Para qué quieres una luz permanente cuando el Sol (aprende del Sol, Andrea) no dura todo el día.
Qué son siete horas.
Dos semanas.
Cuánto seis meses.
Si me haces enojar es porque conoces mis botones, Andrea.
Recuerdo tu texto de nombre homónimo. Y los trucos de tus dedos y tu sonrisa que me encanta. La luz a cuentagotas cuando cerraste las persianas y dormimos juntos y despertamos y nos fuimos a comer.
Entrenar como perros. Porque ¿quién dice que todo debe marchar recto en un mundo más bien redondo?
Entrenar es caminar y levantarse cuando las piernas no sabían que podrían fallar. Entrenar es prepararse cuando no queda claro por qué, pero no importa porque el porqué puede ser el entrenamiento mismo. Entrenar es sonreírle a la tristeza.
No es bueno contestar en caliente. Pero qué sería el frío sin contraste.
Y es que me prendes. No sé cómo, pero me prendes.
No sé qué quiero, Andrea. Ni sé si quiero saber qué quiero. Tal vez quiera nunca saber qué quiero y, mientras lo consigo, quedarme en bocetos de palitos y perritos que hablan de la realidad de un niño disfrazado de señor.
Tomás significa Gemelo.
Y mi alma busca darle sentido a mi nombre.

16 de marzo de 2016

Finta

Parpadea la sal en la piel.
Qué excusa.
Qué exculpa.
Qué extraña.
De quinientos quilómetros de distancia a menos de un milímetro de látex, me (des)hago en tu mar: espuma en tus olas.
A dos manos.
A más.
A doce horas de camino.
Más el camino.
(el otro, el de tocar la puerta equivocada, el de bajar la escalera de caracol en el edificio de enfrente, el de encontrar el número trescientos siete, el de escuchar una risa pelirroja y el de sentir un abrazo cálido de dos días.)
Menos el recuerdo: impreso para siempre en tus dos hermosas manos, que se alejan diciendo hola.
Más-menos.
Más sueño.
(Me quedé dormido junto a ti, S., pero me sentía solo.)
Menos cama.
Más días.
(tus días, S. En un montón de hormonas que los quitan, en el brazo izquierdo un bulto, en Francia, en donde sea. Carajo, no quiero, pero sé por qué.)
Menos noches.
Y lo que se pierde entre nombres y sombras a las tres de la madrugada.
Menos búsqueda, más encuentro.
Heridas que sanan y cierran.
Parpadea la sal en la herida.
La posibilidad de abrir una nueva: tiempo-temor en el vaivén de las olas.
Maletas viejas.
Malteadas, me late, letargo, hot dog.
Y el medio metro de distancia que se divide entre cero para llegar a un infinito indefinido.
Cadencia en cada subida-estallido y malilla en saber que algún día voy a extrañar. No sé cuándo, no sé cuánto: no calculo.
Que sea mañana, porque hoy está para otra cosa.
Razono,
aunque,
qué más da la razón cuando la emoción parte en dos.
Los pies bien fincados en arenas movedizas.
(me gusta, siempre me ha gustado, pisar la arena del mar cuando está húmeda y deja huellas que desaparecen rápido.)
Pídeme lo que quieras: no soy tan listo.
Como quieras: no llego.
Fantasma de apariciones milagrosas, tu finta me engañó en la cadera: apareciste y desapareciste.
Sí-No.
Un-Gusto.
Un-Placer.
Un-Ya-Nos-Vamos.
(no llegaba el taxi que prometió pasar por mí y pedimos otro, y me daba miedo que llegaran los dos al mismo tiempo porque nunca he sabido cómo manejar ese tipo de situaciones. Metáfora de no saber qué hacer si llegaras a mi ciudad al mismo tiempo que mi soledad.)
Un-Casi-Ahogarme (en silencio): inseguridad empapada en ficciones.
(pero eres experta en logística, y yo (en paréntesis) en paréntesis.)
Un "no sé qué decirte" que de lejos me presta otra oportunidad.
Un "no sé qué escuchar" que de cerca me presta tus orejas.
Perfectas.
Tus manos.
Expertas.
(sin mayor explicación, porque el truco de ser adulto, me dijiste, S., es no dar mayor explicación.)
Tu anillo.
Doble sentido.
En tu dedo gordo.
Y las dos veces.
(y el desayuno de salmón que no me terminé y el que no dijeras nada. Quizás a propósito o quizás sin querer, porque, la verdad, S., no me gustó: me gustó más empaparme en el mar y que me prensaras con tus piernas esbeltas, bien formadas, haciéndome besarte y perder eso que me gusta perder: la cordura.)
Parpadea la sal en la locura.
Porque siento que no volveré a verla.
Ni a sentirla.
Qué sentido.
Corrijo dos veces:
(una, por mí; otra, por ti.)
No sé de quién sea la distancia, pero se aleja.
Y (nosotros, nuestro "nosotros", S.) nos acercamos a ella, como esperando a que no suceda nada.
O tal vez es que nunca supe qué esperabas tú.
(una vez te escribí un mensaje preguntándote que si eras cariñosa y me dijiste que te gustaba dar palmadas en la espalda, como en un tono sarcástico que luego-luego entendí.)
A mí las palmadas me gustan en el corazón.
¿Qué esperas?
¿Qué esperarías?
¿Qué esperabas?
Se diluyó la sal.
Y parpadea la piel.

25 de febrero de 2016

Mueve el piso

emoción-chispazo
a través de las manos
actitud curiosa
de atención plena

sensación-distancia
a la izquierda del pecho
con los pies plantados
aunque el piso duela

pensamiento-novedad
que transforma lo interno
observo el impulso
y sólo dejo que sea