2 de mayo de 2016

Sueños

Cumplimos, cada quién por su lado, nuestros sueños
Tú te fuiste lejos, volando, para no regresar.
Yo conseguí un trabajo.
Y si volvieras sería igual, el regreso no siempre es cuestión de espacios.
La ida tampoco.
Me amarré al asiento y pedaleé kilómetros, como cuando soñé con ser triatleta. Tú te amarraste a la niñez, y maduraste sin envejecer nunca.
Yo, en cambio, envejecí sin madurar. Cumplí 29 años-perro en sólo cuatro vueltas al sol y comprendí que, a veces, es más bonito extrañar.
No sé en dónde ni con quién estés ahora.
Y tú tampoco sabes nada de mí.
Pero también me extrañas, lo sé, a tu manera.
Porque el sueño principal, ése en el que me convertía en árbol y tú te guarecías en mi sombra, se volvió realidad.
Árbol de verde discreto y ramas alternas.
Sombra de cuidados sin exigencias y la libertad de alejarnos por el bien de los dos.
El agua a través de tus dedos tomó un sabor nuevo.
Luego una burbuja me recordó a ti (como todos los días, cuando por respeto te recuerdo con cariño, y ya no te lo digo más) y me dijo que es posible añorar sin perderse por completo.
El sueño, pues, era complementarnos. Subir, como en escalera. Vernos crecer.
Y cada quién lo logró, sin reparar, dado el paso del tiempo, en qué sentiría el otro.
Pero supimos comunicarnos, en silencio, que está bien.