25 de junio de 2016

Volverte a ver

Recordaré la noche en que volví a ver chispas en un cuarto oscuro.
Cuatro tragos de mezcal, chava, más la cerveza que ayudara a bajarlo, y los saltos de chapulín que da el corazón cuando la sangre irriga ahí, directo, en vez de distraerse en otras partes.
Recordaré caminar en la calle y sentir el pasado. La posibilidad infinita del dolor que permanece sólo el tiempo necesario, y luego se va.
Cuatro meses (podrían ser más, podrían ser menos) de corazón-trizas cuando el tiempo se mide en latidos. Por eso no me pasó el tiempo hasta que me pediste que me fuera.
Sonaba lo que quería escuchar, y, hablando de rompimientos, un vaso estrelló la noche y alejó tus labios, recuerdo vago.
Tu cuello, estirado.
Y las ganas de estar afuera, sintiendo el aire, sola.
"¿Qué pasa por tu cabeza?", me preguntaste, subida en una nube rosa invisible. Los chispazos luciernágicos acomodaron mi sorpresa en silencio (oscuras conclusiones incomunicables).
De lejos, el tiempo pidió tregua para convertirse en más latidos.
Personalidad dinámica de novedades repetitivas en tu mirada.
El pasado cobró en gestos la posibilidad de no sentir nada por querer sentir de más, y, como quien aprende a jugar un juego dividido en dos tiempos, saboreé un salto imposible.
Tipo chapulín, sabor limón.
Tipo no volverte a ver, olor verde.
Tipo regresar, pero a otro lugar.
La esencia de la felicidad es el momento del recuerdo-chispazo de eso que no se repite, más que en la memoria.
Y fui feliz por el tiempo que haya durado ese lapso sin tiempo, sin referentes y sin planes.
Superar la expectativa de tu mirada a través de dos besos imposibles.
Si no te vuelvo a ver, no importa, porque así es el placer: viene y va en olas discretas (que parecen iguales sin ser nunca las mismas) de ciclos que mojan siempre la arena con su sed insaciable de más.
Y es que hay sed que sólo se sacia dejando de beber.
¿Cuál era la tuya?
Tu sed sólo fue tu falta de sed.