13 de junio de 2020

Sala de espera

Era rítmico, Gonzalo (te escribo).
Arritmia en la explicación, pero desde el ritmo de la experiencia.
¿Sabes? Buscábamos lo opuesto al mismo tiempo. Y, aunque nos haya unido la distancia, nos separó el aterrizaje.
Por un momento largo, de casi dos años, pensé que fue la política. La trasformación cuatro veces pronunciada bajo la boca y sobre la mesa.
Pero no.
Era lo que buscábamos.
Buscar, pues: era eso.
Fue eso.
Es eso.
Es.
Que nos encontramos desde antes, claro.
Porque tú me buscaste y yo te esperaba desde diez años antes.
Te cuento y me entiendes:
En el año 99, se me ocurrió practicar con la idea de tener amigos, de modo que salí al cine (mi mamá me llevó) e invité a los que sonaban buenos candidatos. Estabas tú (entre los candidatos). Nadie llegó.
Luego, en el 2009 me invitaste. Y ahí hicimos click durante otros 10.
Luego se fue.
Regresará.
Me refiero a que nos encontramos en una sala de espera.
La vida se mide en ciclos de 10 años.
Décadas, que les llaman.
¿Recuerdas el paso a cuatro manos?
Fue hace seis. Más para allá que para acá.
Quiero decir que, aunque nos tomó 10 años la sincronía, por un tiempo la encontramos.
Y luego nos consolidamos en una sala de espera. Tú esperabas "florecer" a través de no necesitarla a ella, o de necesitarla en la memoria. Tu florecimiento era aprender a estar solo.
El mío, aprender a estar acompañado.
Buscaba la fantasía de compartir la vida con una pareja.
Te moviste hacia un lado y yo hacia otro.
A ti algo te secuestró más pronto (intuyo, imagino, hipotetizo) de lo que te tocaba.
Y tal vez (intuyo, imagino, hipotetizo, invento) sientas que te hayan robado un pedazote de juventud. Te escapaste a tiempo.
Tal vez tu fantasía era saborear la soledad.
Insisto en que intuyo e hipotetizo porque he dado tantas cosas por hecho que me he perdido de la posibilidad de escuchar, muchas veces, la realidad.
Porque, cuando llegamos, al mismo tiempo, no fue a ningún grado académico, ni a ningún plano geográfico.
Tampoco a una diferencia política.
Llegamos al sueño y, punzándolo, se convirtió en realidad.
Tú de liberarte, y sin saber cuánto costaba.
Yo de hacer un nido, ignorando lo mismo.
Será que, cuando acabemos de pagar, nos volveremos a encontrar.