13 de abril de 2015

Límite de velocidad

Salí a ver hasta dónde llegaba el límite de mi pasado. Si todavía pesaba. Si aún su nombre era estorboso.
Dispuesto a averiguar si lo derivado del primer evento trágico seguía manifestándose en cada nuevo segundo, entendí que un límite es la instancia en donde algo, cuando llega, se convierte en algo más.
La frontera de lo indefinido. La exactitud de lo inespecífico.
El presente sólo tiene dos límites. Lo trágico quedaba atrás y un nuevo dulce llegaba en sus labios.
Olvidándome por un instante de mi memoria, subí viejos peldaños para dejar la escalera y pisar por primera vez una nube hecha de palabras esponjosas, caricias húmedas y besos eléctricos hasta que el límite de velocidad me dejó con ganas de más.
Porque el tiempo se mide en eventos.
Sentir sus manos pasar por la espalda de lo que se va y convertirlo en la cara de lo que llega. Bailar, de nuevo, por primera vez. Buscar el día siguiente y no el anterior. Sacudirse la lluvia y trascenderla.
Los breves chispazos de eternidad que dan forma al amor son límites invisibles que transforman el miedo a caer en ganas de seguir subiendo.



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